Junior era muy guapo. Tan guapo que fue el precursor de Miguel Bosé. Fue la cara hermosa de los Brincos. El grupo que nació para crear un producto español emulable a los británicos Beatles, también supuso la incorporación del márketing moderno a la música española, eso que continuó luego con Tequila. Las discográficas crearon el producto Brincos con un diseño y dibujaron una línea de promoción que se apoyaba en dos patas: radios, para hacer populares las canciones y televisión, para crear imagen. Todo funcionó a la perfección.

En realidad, en aquella España de los 60, la televisión lo era todo. Suponía la consagración instantánea de cualquiera que apareciese en su pantalla. No había otra ventana al mundo. Y los Brincos eran los invitados de lujo de cualquier programa. Con un vestuario perfectamente estudiado, con una compostura atildada, con una figura higiénica, alejada de la imagen de Los Bravos.

Luego Junior pasó por las etapas de Juan & Junior, pero también de Rocío Dúrcal. Y finalmente se convirtió en acompañante de ella. A su muerte, el cantante aceptó degradarse, acudiendo a los platós de los higadillos, para enfrentarse a sus hijos por la herencia de Rocío. Fue patético, un final desagradable, que empañaba la figura de pionero musical que el filipino había atesorado en España. Ni él ni sus fans merecían tal decepción. El creador de canciones inmortales no puede ser recordado como el viudo de Rocío Dúrcal, fue mucho más. Pero me temo lo peor...