La realidad por la que optamos se dará con mayores garantías de éxito cuanta mejor información y conocimiento se tenga de la situación. En la actual situación de crisis existen unas posibilidades concretas que se pueden transformar en realidades mejores o peores, dependiendo de las opciones que tomemos, tanto individualmente como colectivamente. En mi opinión, la opción más razonable e interesante se llama Europa.

Cuando hablamos de Europa solemos usar la palabra "gobernanza" en lugar de "gobierno" al hablar de sus dirigentes y competencias respectivas. Simplificando, la diferencia entre ambos términos estriba en que gobierno se refiere a quién decide y gobernanza más bien a cómo se decide. El primero nos habla del grupo de personas que lleva el control de una nación, mientras que el segundo se refiere a la manera como se ejerce el poder para gestionar los asuntos de esa nación. La gobernanza se plantea preguntas sobre métodos, procesos, participación, comunicación, resolución de conflictos, etc. La gobernanza tiene una dimensión cualitativa superior al gobierno.

Europa era hace unas décadas una brillante y afortunada idea que se transformó en un sólido proyecto económico-político, pero que, con la globalización mal entendida y peor ejecutada, ha ido degenerando en una sociedad dual, insolidaria y que ya no garantiza el mínimo de dignidad humana para sus ciudadanos. La crisis actual ha servido de coartada para que una Europa sin gobernanza haya consolidado ese modelo dual exterior de países ricos y países pobres, cada vez más desiguales, y, simultáneamente, otra dualidad al interior de cada país, de ciudadanos ricos y ciudadanos pobres, con una brecha de desigualdad injusta, inmoral y peligrosa.

La tesis que defiendo es que la crisis se puede y se debe aprovechar para que Europa busque una nueva legitimidad, volviendo a su proyecto de origen, y cuyo elemento clave de cambio debe ser una nueva gobernanza que mejore las Administraciones de todos los países europeos, especialmente de aquellos que tienen mayores problemas económicos y estructurales. El austericidio que la Europa del norte ha impuesto a la Europa del sur no solo no ha neutralizado las diferencias de todo tipo, sino que las ha aumentado. Y la clave no es tanto el legalismo economicista como el desigual funcionamiento de las instituciones y sus respectivas administraciones. Aunque constituya un tópico, es cierto que los países del sur son expertos en la mentira institucional, en el trapicheo estadístico, en la ingeniería financiera y en la retórica patriotera. Ya he repetido más de una vez que España no es un país serio, y que no tenemos credibilidad en nuestra rendición de cuentas a Bruselas. Estamos en manos de una casta política, empresarial y financiera para la que lo común es un concepto hueco que solo sirve como relleno de sus discursos.

Por eso España necesita ser cada día más Europa, pero una Europa con una gobernanza común, imparcial y de calidad. Solo así nuestra Administración puede generar unas instituciones cumplidoras de las leyes, eficientes, transparentes y equitativas, en definitiva, instituciones con una mayor calidad democrática. No puede ser que España, cuarta potencia económica europea, sea uno de los países con menor recaudación fiscal de la UE (causa de nuestra incapacidad económica). Este cambio es el que verdaderamente nos conducirá al crecimiento económico y a su correspondiente creación de empleo. Y no la retórica mentirosa e interesada de nuestra casta gobernante. Si la UE fuera la impulsora de esos cambios, incrementaría enormemente su popularidad y su legitimidad.

Los ciudadanos quieren algo tan sencillo como que pague más quien más tenga, que el Estado no malgaste lo recaudado y que lo redistribuya bien. Y la UE puede ser la instancia que obligue a este cambio estructural. También los países del norte estarían más dispuestos en su solidaridad si la gobernaza común europea obligara a que todos los países de la UE fueran serios y cumplidores en su rendición de cuentas. Y aquí tiene un papel importantísimo el estamento funcionarial, con su profesionalidad y su jerarquía bien entendida. Y que los políticos sean auténticos gestores del cambio. La Administración Pública española actual es una empresa sin jefes: los políticos no ejercen de directivos eficientes y los altos funcionarios no se fían de los políticos. Hay demasiada discrecionalidad en la ocupación de los puestos de responsabilidad. En cualquier caso, como diría un empresario, es la cuenta de resultados la que cuenta. Y en las AAPP la cuenta de resultados es la eficacia y eficiencia desde la óptica de una buena gobernanza.

Profesor de Filosofía