La espectacular emergencia de Podemos está poniendo muy nerviosos, no sólo a los dirigentes socialistas, sino, más si cabe, a los del Partido Popular. La perspectiva, plausible hoy, de una izquierda mayoritaria en la que un amplio frente de izquierdas --con Podemos, IU, CHA y Equo, en Aragón, por ejemplo--, podría superar al PSOE, preocupa, y mucho, en los círculos del poder. Preocupa la inyección de ilusión y de motivación política en miles de jóvenes y menos jóvenes que, tras largos años de frustración ydesconfianza hacia las instituciones, vislumbran la posibilidad de asaltar democráticamente ayuntamientos y gobiernos autónomos en las próximas elecciones.

De ahí que, sin entender aún lo que viene ocurriendo desde el 15-M, políticos y tertulianos se apresuren a proyectar su perplejidad calificando de "populista" y "radical" esa ola de indignación, traducida en participación electoral; al tiempo que, a falta de poder invocar el "oro de Moscú" o de "Gadafi", meten en escena el "oro de Venezuela" y de "Irán".

MIENTRAS, en amplios sectores del Partido Socialista, en medio de la desorientación, crece la simpatía por el fenómeno Podemos, la derecha lanza preocupados llamamientos a la centralidad (docilidad) de la socialdemocracia, deshaciéndose en halagos hacia Rubalcaba, hasta hace poco, un diablo izquierdista que socavaba la unidad patria y saboteaba la superación de la crisis-

Siempre he defendido como virtuoso el concepto de radicalidad, cuando se aplica a buenas prácticas y actitudes positivas. Y en ese sentido siempre he defendido la necesidad de ser radicalmente demócratas, generosos, solidarios, agradecidos, justos, optimistas, sensibles, o simplemente, radicalmente buenos. Frente a tanta "moderación" como expresión de mediocridad y de docilidad al poder, creo que la explosión de radical indignación del 15-M nos aportó esperanza democrática, de la misma forma que el reciente crecimiento electoral de la izquierda radical, anuncia perspectivas de cambio en lo que hasta hace poco se nos decía que no se podía cambiar-

Cada vez aparece más claro hasta qué punto lo que se nos presenta como "realismo político" es expresión de complicidad con el poder del dinero más que prudencia y pragmatismo; y hasta qué punto esa complicidad se paga a través de tramas corruptas. Lanzar las acusaciones de populismo y radicalidad cuando lo que se reclama es democracia real frente a la injusticia que supone salvar con el dinero de todos a bancos y especuladores, verdaderos responsables de la crisis, condenando al paro a millones de familias y dejando sin futuro a toda una generación, es una forma de eludir el debate, a base de inducir miedo. Lanzar infundios sobre la financiación venezolana o iraní de esa izquierda radical, cuando se exigen soluciones concretas a los desahucios o se plantea la necesidad de una auditoría sobre la famosa deuda, es eludir de malas maneras un debate serio sobre los problemas derivados de una crisis que alguien ha cargado sobre espaldas ajenas, que no tienen responsabilidad algunaen su génesis.

LA POLÍTICA debe ser el arte de hacer posible lo que es necesario, sin recurrir a la violencia. Y hoy es necesario que el derecho a una vivienda digna esté por encima del derecho de un banco a percibir los beneficios que espera; es necesario que el dinero público se destine antes a cubrir las necesidades básicas de los más pobres que las expectativas de negocio de los más ricos; es necesario consolidar la sanidad y la enseñanza públicas, así como la gestión pública del agua frente a las presiones privatizadoras que transforman a los ciudadanos en clientes; es necesario recuperar la certeza de que manda más la democracia en las urnas que el poder del dinero en los mercados financieros; es necesario sentir que, ya si, podemos decidir nuestro futuro sin aquella amenaza de golpes de estado que nos condicionaba hace 35 años; es necesario recuperar la confianza en nuestras instituciones democráticas y la certeza de que la corrupción será castigadade forma ejemplar.

Ciertamente el reto de articular políticamente esa indignación desde una dinámica asamblearia es ingente; como importantes serán las dificultades para superar, con generosidad y sana ambición, el partidismo de unos y otros. Pero si esta nueva izquierda supiera promover unas primarias con el apoyo de CHA, IU, Podemos, Equo y los múltiples movimientos y mareas inspirados por el 15-M, como de hecho se viene planteando en Aragón, podríamos encontrarnos con un censo de decenas de miles de personas para esas primarias que augurarían tiempos interesantes para la POLÍTICA, con mayúsculas. Profesor Emérito del Dpto. de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza