Destacados miembros de los aparatos orgánicos del PSOE vienen repitiendo desde el 25 de mayo que lo que la gente reivindica en la calle y en las urnas no es sino recuperar el modelo social que los gobiernos socialistas pusieron en pie. Y tienen razón, pero dejando aparte la contradicción que supone sacar a colación la herencia recibida, lo que no se está dispuesto a reconocer son las enormes diferencias entre el PSOE que impulsó la educación y la sanidad universales y el PSOE que reformó la Constitución por la vía de urgencia para garantizar el pago de la deuda. El año 1982 el PSOE era un partido cargado de energía, con sus filas repletas de líderes sociales que se habían bregado en la calle, en los comités de empresa, en las asociaciones de vecinos, en grupos feministas, ecologistas, pacifistas, etc. El impulso social de estas gentes se convirtió en impulso político, generó la confianza suficiente entre los votantes para conseguir una mayoría electoral que permitió emprender los cambios sociales que construyeron una España nueva, más justa, más igual, mejor. La España que ahora añoramos.

¿Qué ocurrió para que ese PSOE se convirtiera en el partido al que los españoles de izquierda le están dando cada día más la espalda?

Lo que ocurrió es que poco a poco, en un proceso lento pero imparable, el PSOE dejó de ser la correa de transmisión a través de la cual la parte organizada de la sociedad ejercía su impulso político. Poco a poco, los cargos electos que ocupaban los puestos institucionales fueron invirtiendo la función del partido. Lo primero fue poner el partido al servicio de la acción institucional. Lo importante era gobernar en los ayuntamientos, las comunidades o en la nación. Lo segundo fue que los cargos institucionales ocuparon los cargos orgánicos. Se aseguraban así la continuidad de los grupos gobernantes. Finalmente se ahogó la vida interna del partido para evitar ruidos que molestaran el ejercicio del poder. A la conclusión ya no importaba para qué se gobernaba sino gobernar y faltos de controles se entraron en dinámicas propias con lógicas políticas solo comprensibles por las élites gobernantes.

La sociedad, al principio premió a los socialistas por la buena gestión llevada a cabo, luego los castigó por la evidencia de comportamientos que no eran aceptables, volvió a darles un voto de confianza, esta vez condicionado (no nos falles) ante el desastre del gobierno de la derecha, pero mientras el PSOE pensó que su victoria demostraba que sólo los socialistas podían hacer frente a la derecha y por lo tanto gozarían siempre de la posibilidad de la alternancia, la sociedad, que desconfiaba del tufillo neoliberal de los gobiernos, comenzó a darles la espalda y espontáneamente buscó alternativas organizativas y políticas. Las mareas o la PAH son un claro ejemplo de estas nuevas formas.

Cuando la crisis estalló el socialismo no estaba preparado para su gestión. Deambuló sin rumbo económico, político o social como consecuencia de la falta de autoridad del partido sometido a los cargos orgánico-institucionales, lo que ahora llamamos aparato. Se inició el desastre y el abandono de los votantes de izquierdas fue cada vez más evidente.

Esa es la diferencia entre el PSOE del que nos enorgullecemos y el PSOE que puede desaparecer. Aquel encauzó la energía y las aspiraciones sociales convirtiéndolas en impulso político regenerador. Este es un grupo de políticos cuyo único objetivo es mantenerse en el cargo y a los que no les importa que cada vez haya menos puestos en manos socialistas mientras uno de ellos sea el suyo.

Afortunadamente no todos los militantes se han ido, quedamos muchos para los que el PSOE es una referencia histórica que merece la pena sostener. Y ahora hay una oportunidad.

Gracias a una de esas extrañas combinaciones que da la política, los militantes socialistas vamos a poder elegir directamente a nuestro Secretario General. Dos de los tres candidatos responden al modelo perdedor, es decir, en realidad son candidatos a la Presidencia del Gobierno que previamente se quieren asegurar el control orgánico para evitar problemas en el futuro. Sólo uno de ellos ha hecho una propuesta revolucionaria capaz de reintegrarnos el impulso de la sociedad. Propone separar la Secretaria General de la Presidencia del Gobierno. La bicefalia, tan denostada por los que quieren ser cabeza única, es la gran oportunidad de recuperar el pulso político que nos falta. Sueño con un futuro en el que los socialistas del partido confrontan con los socialistas de los gobiernos y los obligan a fundamentar sus decisiones, a consultarlas y a ganarse el apoyo social.

No es un proceso perfecto. Está lleno de trampas y de engaños puestos por los aparatos, pero tiene la gran virtud de la democracia. El voto libre e individual que a pesar de todo sigue teniendo un poder transformador incontrolable.

Presidente de la UCA. Militante socialista.