El mundo entero, y muy especialmente Europa, recuerdan este año el centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. Un conflicto en el que las grandes potencias europeas de entonces y los Estados Unidos de América se batieron en un sinfín de rincones del planeta, pero que tuvo en el Viejo Continente los principales escenarios bélicos, donde perecieron la mayor parte de los diez millones de soldados y otros tantos millones de civiles. Cuando la guerra concluyó, en noviembre de 1918, cuatro imperios --alemán, austro-húngaro, turco y ruso-- se habían hundido; naciones victoriosas como Gran Bretaña y Francia habían visto reducido su protagonismo, y los EEUU emergían como gran potencia, una condición que reafirmarían en el siguiente conflicto mundial (1939-45) y que se prolonga hasta nuestros días.

Coincidiendo con este aniversario se han publicado gran número de estudios históricos que explican no solo lo que ocurrió en el conflicto sino cómo se llegó a él. Cómo fue posible que en un mundo con un comercio mundial abierto e interdependiente y donde los avances tecnológicos auguraban un progreso compartido pudiera desencadenarse aquella barbarie durante cuatro largos años. Ni siquiera los militares calcularon las mortíferas consecuencias de las armas que iban a entrar en juego para cambiar las reglas de la guerra.

De todo ello es posible extraer enseñanzas. El castillo de naipes se vino abajo sin que nadie lo viera venir. El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria el 28 de junio en la ciudad de Sarajevo inició un movimiento tectónico que tuvo su primer estallido justo un mes después, el 28 de julio (mañana hará un siglo) con la primera declaración de guerra, de Austria-Hungría a Serbia, y que se generalizó con la invasión alemana de Bélgica, el 4 de agosto.

Hoy el mundo asiste con creciente angustia a la extensión de conflictos, algunos de los cuales tienen como escenarios nombres que evocan ese pasado. Creíamos que la caída del bloque soviético iba a poner fin a la amenaza nuclear en la que el mundo vivió durante 45 años, pero ahora nos damos cuenta de que los conflictos se han diseminado y nuevos peligros acechan. Haríamos bien los europeos, que estos días vemos rebrotar populismos, brotes xenófobos y actitudes excluyentes, en recordar lo fácil que fue prender la mecha. Esa es la principal lección que debemos aprender de lo ocurrido ahora hace un siglo.