La crisis económica, social y moral trajo a Podemos. Lo extraño es que no aparecieran antes. En cuatro meses, sin estructura de partido, consiguieron 1.200.000 votos. Supieron transformar en discurso político y mediático las intuiciones del 15-M y lanzar conceptos como "la casta" que estos días se confirman a los ojos de millones de electores en forma de tarjetas negras de Caja Madrid y Bankia. Este turbio asunto es la gota que colma el vaso, y por eso la previsión que ya avanzaban las encuestas de que Podemos roza el segundo puesto en unas elecciones generales se consolidará probablemente en los próximos meses. Con la ventaja que significa que el voto a Podemos ya no será un voto perdido, sino un voto útil. Un voto útil para regenerar el sistema y para acabar con un bipartidismo podrido y agotado, sobre todo si el partido que ha encarnado la alternativa de izquierdas solo ofrece márketing y buenas intenciones que se proponen y se abandonan con la misma velocidad con la que cambia el auditorio. El discurso de Podemos, sin embargo, contiene aspectos inquietantes. Sobre todo en la concepción de Europa. La troika se ha convertido en el nuevo diablo. La culpa es siempre de la troika y de la pérdida de soberanía de España ante ella. La troika (FMI, UE y BCE) merece muchas críticas, pero hay que ir con cuidado con los clichés. Reclamar la devolución de soberanía a los estados es coincidir con lo que piden Marine Le Pen y otros partidos antieuropeos, y errar el tiro. Los problemas se arreglan con más Europa, no con menos. Periodista