El Papa tiene razón en preguntar a los eurodiputados cómo ha perdido Europa su vigor y pedir un sobresalto que despierte a la vieja dama cansada. El Papa, como corresponde a un líder espiritual, ha situado ese sobresalto en términos antropológicos y de valores. Pero esa falta de vigor es dramática en el terreno económico. Europa se enfrenta a la recesión y la deflación y se sitúa en el epicentro de los problemas de la economía global. Su crisis ya no es solo de los países periféricos, Alemania también esta afectada y ha escapado por los pelos de entrar en recesión.

Las políticas de excesiva austeridad han provocado la caída de la demanda y sobre todo de la inversión. Los responsables europeos descubren (pero, ¿de qué se sorprenden?) que la inversión en la zona euro ha caído el 17% con respecto a su nivel del 2007. EEUU ya lo recuperó en el 2013. En el periodo 2012-2013 los americanos han invertido 540.000 millones de euros más que los europeos.

FORZAR LA INVERSIÓN y limitar las políticas de austeridad se ha convertido así en la prioridad de la nueva Comisión. Juncker ha presentado su prometido plan de 315.000 millones de inversión y se ha hecho trampa en el solitario no decidiendo sobre si los presupuestos de Francia y Alemania cumplían o no con la reducción del déficit. Ya lo veremos en marzo, ha dicho Juncker, de momento no nos compliquemos la vida imponiendo más recortes con una mano cuando con la otra queremos aumentar la inversión.

Esos 315.000 millones de inversión se harán sin aumentar el endeudamiento de los estados. La aportación de dinero publico se limita a 5.000 millones de dinero fresco aportado por el BEI y 16.000 millones de garantías del presupuesto comunitario, reciclando fondos destinados a otros objetivos. ¿Cómo se pasa de esos 21.000 a los 315.000 millones proyectados? Parece que estuviésemos ante una multiplicación mágica, como la de los panes y los peces que cuenta la Biblia. Quizá la presencia del Papa, que de eso entiende, en Estrasburgo habrá inspirado a Juncker para elaborar su plan.

Pero aquí no hay milagros y alguien tendrá que endeudarse para invertir. La solución es bastante más terrenal y poco original. Con los 21.000 millones se crea un nuevo instrumento denominado FEIS, Fondo Europeo para las Inversiones Estratégicas (ya tenemos un nuevo acrónimo, que en eso sí que somos buenos). Como un banco, este fondo podrá prestar más que sus fondos propios --unas tres veces más-- a los agentes privados que quieran invertir en los proyectos seleccionados.

En la práctica , no se hace sino reinventar una banca pública europea. Ya tenemos 63.000 millones. Se espera además que esos inversores no se limiten a a invertir el dinero que les preste el FEIS, sino que inviertan cinco veces más, endeudándose ellos a su vez. Ya tenemos 315.000 millones, conseguidos a través de dos apalancamientos en cascada. Evidentemente todo eso no es más que una estimación sometida a interrogantes.

Para completarlo, los estados miembros podrán aportar recursos de su presupuesto, con el incentivo de que no computarán en el déficit porque se supone que esa deuda es una buena deuda. Otra forma de flexibilizar una normas que no nos atrevemos a cambiar. Se espera que este montaje dé garantías a los inversores y que estos se animen a invertir en proyectos que no hubieran acometido espontáneamente porque el dinero público aportado contribuye a absorber el riesgo.

Pero quedan por saber muchas cosas. ¿Cuánto riesgo va aceptar el sector publico? ¿Es razonable un apalancamiento de 15 veces? ¿Qué proyectos serán financiados? En teoría, los más creadores de empleo que puedan realizarse rápido y favorezcan la cooperación europea. Y también en teoría, sin cuotas nacionales.

EL PLAN PRETENDE invertir en dos clases de proyectos, los de pymes en sectores innovadores e inversiones en infraestructuras de energía, transporte y sistemas digitales El éxito del plan dependerá de la capacidad de seleccionar proyectos identificando los que no se hubiesen acometido sin la existencia del FEIS. Para ello se debería privilegiar proyectos con mayor nivel de riesgo porque en ellos la garantía pública surtirá mayor efecto.

Es fácil criticar la ciertamente escasa cuantía del plan, o sus problemas de aplicación. Pero por su cuantía y su concepción, es dudoso que tenga verdaderos efectos macroeconómicos. En realidad, se parece mucho a la Iniciativa para el crecimiento presentada hace dos años con el objetivo de invertir 120.000 millones. De aquel plan poco o nada se ha cumplido. Esperemos que no le ocurra lo mismo a este ahora porque ya no queda tiempo para más fracasos.

Expresidente del Parlamento Europeo