No me produce ningún sonrojo reconocer mi entusiasmo por la política. Una legítima relación basada en el respeto a los electores y en el desempeño responsable del noble arte que representa el ejercicio de lo público fundamentado en el trabajo dirigido a satisfacer el interés colectivo.

La política es el instrumento que usamos para mejorar la sociedad y facilitar el día a día al ciudadano. Creo en su nobleza, en la de los miles de servidores públicos que ejercen sus funciones desde la responsabilidad, la ejemplaridad y la decencia.

Sin embargo, la limpieza política de la gran mayoría está siendo burlada por algunos desaprensivos que realizan un mal uso de sus parcelas de poder para lograr ventajas privadas de manera fraudulenta. La transparencia se ve afectada e incluso eclipsada por la corrupción y sus efectos. Una práctica inmoral que tiene consecuencias nefastas para las sociedades modernas que buscan alivio en movimientos emergentes y nuevos partidos, que nacen para seducir a los desafectados con arriesgados planteamientos rupturistas. Que se presentan oportunista y falsamente como los redentores ante un electorado hastiado por los escándalos.

La corrupción política está unida, lamentablemente, a la realidad mundial. Arraigada a la cotidianidad de una deformada normalidad, y mientras no seamos capaces de unir inviolablemente trabajo y ética, y globalizarlo, estaremos expuestos a la opacidad, a la crítica razonable, al espejismo de la transparencia y al apuntalamiento deautonomías y países abocados al fracaso.

Es el momento de impulsar la regeneración de la vida pública y el reforzamiento del prestigio institucional. De conformar gobiernos estables, responsables y dignos.La política es necesaria, sí. Pero se trata de vocación, de ejercer de servidores y no de servirse.

Vivimos un momento político, social y económico complejo que tendrá su reflejo en el escenario que salga de las elecciones del 24 de mayo. Es incuestionable que la fragmentación de las fuerzas parlamentarias complicará los acuerdos y que la defensa de los intereses de Aragón, ante un panorama semejante, es más importante que nunca. Ojo con las nuevas fuerzas que hacen promesas insostenibles. Esas que ausentan a Aragón de sus programasque llenan con propuestas enviadas por correo electrónico desde Madrid, Barcelona, la Complutense o Chicago.

Los problemas en Aragón no se resuelven solos. Ni se resuelven desde fuera.

Ojo con la cuestión territorial y la revisión profunda del modelo actual. Ojo con los grandes remedios y sus efectos secundarios.

Desde la debilidad del aragonesismo de centro, Aragón sería menos y su dependencia más. Desde la fortaleza del aragonesismo de centro Aragón sería más y su dependencia menos. Y desde la supremacía de gobiernos recentralizadores,la Comunidad Autónoma y la autonomía como principio general de organización del Estado recogido en la Constitución de 1978, sufriría un serio retroceso, un triste varapaloa la dignidad identitaria y un irreparable freno al desarrollo.

Si hacemos balance de los últimos 30 años veremos que nunca hemos conocido una etapa más fructífera. La estabilidad aportada por el PAR ha sido la condición imprescindible para una gobernabilidadsin traumas ni desgobiernos. Y su iniciativa e impulso para el desarrollo de los proyectos más emblemáticos, motor indiscutible de futuro.

Ahora los aragoneses reclaman confianza. Exigen mayor control. Medidas que garanticen la transparencia y la tranquilidad ciudadana. Gobiernos eficaces y de fiar. Es tiempo de responsabilidad y generosidad. De aplicación de la más estricta ética en el ejercicio de lo público. De más aragonesismo para proteger lo nuestro. Y de decencia política. Esa que nunca debió faltar, con la que siempre he estado comprometido y me comprometo.

Candidato del Partido Aragonés (PAR) al Gobierno de Aragón