El titular, más allá del símil bilbilitano, no es broma. Ojalá lo fuera. Esa es la primera recomendación que recibí, antes incluso de pisar la ciudad, con un grupo de 30 estudiantes polacos. "Tenéis que visitar Puerto Venecia, es un sitio magnífico", comentó el chofer del autobús que habíamos contratado. Con la misma amabilidad que él había tenido, le contesté que ese lugar era completamente artificial y que Zaragoza tenía muchas cosas originales que mostrar. Pero el conductor no se arrugó: "Yo he estado en muchos sitios de España y Europa y no he visto otro igual", concluyó después de referirse a la decadencia en que habían entrado otros centros comerciales de la ciudad como quien habla de los vestigios de otras civilizaciones. Pese a su insistencia, mantuvimos el programa inicial: visitar las ruinas de Caesar Augusta, la Aljafería, el museo Camón Aznar --tanto por las exposiciones de Francisco de Goya como por el patio renacentista que conserva-- o caminar junto a las murallas romanas, la basílica del Pilar, la catedral de la Seo y el arco del Deán de la mano de sus compañeros del IES Pilar Lorengar que, al igual que sus profesores, fueron unos extraordinarios anfitriones. También nos perdimos por la calles del Tubo y descubrimos la casa donde vivió José Martí, que da nombre a nuestro liceo de Varsovia, entre otros lugares peculiares de la ciudad. El otro plan no digo yo que no les hubiera gustado, pero no les hubiera aportado lo mismo. Hoy seguimos viaje hacia Pamplona, Sos del Rey Católico, San Juan de la Peña, Canfranc-Estación y Barcelona, sin ningún centro comercial a la vista. Sus ruinas, las nuestras, se las dejamos para el estudio de las generaciones venideras.