Las negociaciones para formar gobiernos están siendo largas, arduas y tan imprevisibles como estaba previsto. La falta de mayorías absolutas, el deseo de las nuevas formaciones de marcar las diferencias y la proximidad de las elecciones generales han hecho de las propuestas, las líneas generales, los documentos de mínimos y los acuerdos puntuales, la nueva moneda política frente a los pactos de gobierno a los que estábamos acostumbrados. Esa previsibilidad no ha evitado, sin embargo, una sensación de imprevisión que puede convertirse en la principal amenaza de la legislatura. Y es que el proceso negociador ha estado marcado por los constantes vaivenes a ambos lados. A la izquierda, Pablo Echenique ha pasado de postularse un día a la presidencia a situarse otro en la oposición, de congelar las negociaciones a calentarlas y de aludir a unas nuevas elecciones a descartarlas. Las sacudidas por la derecha fueron menos numerosas pero de más intensidad, con una líder popular, Luisa Fernanda Rudi, que pasó de autodescartarse la noche electoral y buscar cobijo en Madrid a reivindicarse en mitad del proceso. En Zaragoza, por su parte, después de dos semanas de calma, la primera tormenta de verano --que no será la última-- llegó de la mano del PP, que ofreció su apoyo al PSOE para evitar un gobierno de ZeC. Otra novedad de las negociaciones ha sido la presunta transparencia, con reuniones en la calle --cuando el tiempo lo ha permitido-- y retransmisiones online, aunque los verdaderos pactos, esos que sólo saldrán a la luz si se rompen, seguro que se guardan bajo llave. Hasta entonces, los acuerdos y desacuerdos son, como otros imprevistos que están por llegar, más que previsibles.