Cuando se cumplen 70 años del ataque nuclear estadounidense que forzó la rendición incondicional del Imperio del Sol Naciente, el primer ministro Shinzo Abe quiere normalizar el Ejército y pasar la página del pacifismo de la Constitución de 1947, impuesta por EEUU. Abe no solo ha emprendido una revolución económica --abenomics-- y diplomática con la que pretende despertar a Japón del letargo de las dos últimas décadas, sino que, pese a la oposición popular, ha dotado a las denominadas Fuerzas de Autodefensa (FAD) de la capacidad de combatir fuera de sus fronteras.

El 16 de julio, el Parlamento aprobó con la mayoría absoluta del gobernante Partido Liberal Demócrata y de su socio Nuevo Komeito --la oposición en pleno dejó el hemiciclo-- 11 polémicos proyectos de ley sobre seguridad nacional, que abren la puerta a participar en operaciones de combate en el exterior. Japón emprende así una jugada estratégica que le aleja de su gran vecino, China, para reforzar su alianza militar con EEUU.

La histórica decisión llega en un momento de volatilidad de la región, cuando Tokio y Pekín están enzarzados en la disputa por las islas Diaoyu (en chino)/Senkaku (en japonés) en el mar del este de China. Además, los diferendos que mantiene el gigante asiático en el mar del sur de China con Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi han complicado la situación hasta desatar una carrera armamentista en la zona. Según el SIPRI, el gasto militar en Asia-Pacífico alcanzó los 400.000 millones de dólares en el 2013, y para el 2020 habrá concentrado el 30% del total del planeta. China, con incrementos anuales de dos dígitos en el presupuesto militar y 145.000 millones de dólares para el 2015 (el segundo del mundo tras EEUU), impulsa esa carrera. La auspician también Japón --con 42.000 millones de dólares en el 2015 y tres años seguidos de aumento en el gasto militar--, Corea del Sur, Singapur y la India, que entre el 2007 y el 2012 compró el 10% del total mundial de venta de armas.

El Pentágono, con 50.000 soldados estacionados en Japón, hace años que incitaba a Tokio a tomar un papel más activo en su seguridad. Ambos países revisaron en abril pasado el tratado bilateral de defensa para incluir las amenazas espaciales y cibernéticas, los "desafíos de seguridad para el siglo XXI" y la nueva estrategia de EEUU en Asia-Pacífico, con el compromiso de Washington de defender a Japón por medios tanto convencionales como nucleares.

La industria armamentista norteamericana se frota las manos. Abe se comprometió a mejorar las capacidades de las FAD con nuevos aviones de combate, buques de guerra y aviones no tripulados. Las compras por valor de 240.000 millones de dólares hasta el 2019 serán en gran parte estadounidenses. Incluyen F-35 de Lockheed Martin, drones Global Hawk y, también de Lockheed, los radares y el sistema Aegis de defensa de misiles de dos destructores en construcción.

Hace un año, en una reinterpretación de la no beligerancia del artículo 9 de la Constitución, Abe introdujo la "autodefensa colectiva" para permitir a Japón salir en defensa de sus aliados. Esto ha propiciado las leyes aprobadas sin atender al malestar de la población. Según la agencia Kyodo, el 60% de los japoneses rechazan los cambios. Temen que el excesivo alineamiento con EEUU lleve al país a involucrarse en una guerra.

Convencido de la necesidad de que Japón juegue un papel más activo en la esfera internacional, Abe ha emprendido una frenética actividad diplomática para estrechar las relaciones con sus vecinos del Sudeste Asiático, en especial con Vietnam y Filipinas. Si China recurriera a la fuerza en su disputa fronteriza con alguno de esos países, Japón podría verse obligado a acudir, junto con EEUU, en defensa de su socio.

Abe también ha mejorado notablemente la relación con la India. Muchos expertos no descartan una futura alianza para hacer frente a las ambiciones chinas. Además, la decisión de Barack Obama de convertir Asia en su prioridad ha disparado la tensión en la zona al aumentar su presencia militar. Buques de EEUU y de China se han visto ya a cara de perro en el mar del sur de China.

La caída de la popularidad de Abe ha sido tan espectacular que ha iniciado personalmente una campaña en la televisión para recabar apoyo para su política. El primer ministro utiliza construcciones de papel --una casa con una nube de humo flotante para indicar que está ardiendo y bomberos de EEUU y Japón-- para vender que, con la reforma, si hay un incendio se unirán los dos países para apagarlo, algo imposible hasta ahora.

Aunque el voluntarismo de Abe ha devuelto a Japón parte de la confianza perdida por la profunda crisis estructural que azota al país, es más que dudoso que el fin oficial del pacifismo sea lo que más convenga ahora a la región económica más dinámica del mundo.

Periodista