En el opulento entramado de edificios en el que se cuece, siempre a fuego muy lento, la política europea, se trabaja demasiados metros por encima del suelo. Y de la realidad también. El alejamiento que a menudo se imputa a nuestros representantes respecto a los ciudadanos, se hace palmario en el caso de las instituciones comunitarias, ahora impotentes ante el reto que supone dar respuesta a la entrada de cientos de miles de refugiados. En Bruselas, donde a la palabra "urgente" le atribuyen con dos narices el significado de su antónimo, no reparan en que el continente entero vive pendiente de cómo sus responsables y los estados miembros gestionan una situación que pone verdaderamente a prueba la razón de ser de la UE. Por fortuna y aunque su margen de maniobra es escaso, las administraciones locales aragonesas y muchos colectivos, más pegados al suelo que quienes trabajan en las suntuosas oficinas de la capital belga, han reaccionado con una sensibilidad encomiable. Y hay personas que merecen un monumento. Ocurre, por poner solo un ejemplo, con Roberto Asensio, un muy buen realizador de nuestra televisión pública, al que le faltó tiempo para abandonar el anonimato propio de su cometido profesional e impulsar desde Zaragoza, vía redes sociales, un grupo de ayuda a los refugiados que ya cuenta casi con 1.700 adeptos. Que haya más Robertos destapa las vergüenzas de quienes nos representan en Europa, pero nos regala a la vez una buena noticia: entre nosotros hay gente extraordinaria. Periodista