Los bravos soldados de la OTAN se entrenan en San Gregorio (cuyos extensos secarrales les han de sumergir en un teatro de operaciones verosímil: mitad Oriente Medio, mitad Asia Central). Esto es bueno, asegura la gente de orden, porque la tropa hará mucho gasto en los hoteles, restaurantes y bares de Zaragoza. A otros, el honor de albergar el mayor campo de maniobras militares existente en Europa Occidental no nos hace ninguna gracia. Se me ocurren, en verdad, miles de cosas que podríamos tener en la vecindad, antes que un espacio donde poner a punto los cacharros de dar matarile.

¡Ah!, suele decirse, pero cuando fallan otros recursos la guerra es la única forma de impedir que los malvados sigan cometiendo crímenes. Argumento inapelable... Salvo por el hecho de que ya llevamos a cuestas varios experimentos destinados a finiquitar dictadores criminales, terroristas sin alma y evidentes genocidas. Sin embargo, en todos los casos (¡en todos!) el remedio ha sido peor que la enfermedad. A fecha de hoy, las intervenciones directas o indirectas en Irak, Afganistán, Libia y Siria (por citar casos clamorosos) han acabado en enormes catástrofes humanas. Los ejércitos occidentales y sus correspondientes servicios de inteligencia lo han hecho fatal. Por ello nadie (en su sano juicio) creyó a Obama cuando condenaba ante el mundo los bombardeos rusos en Siria, mientras su propia aviación atacaba el hospital de Médicos sin Fronteras de Kunduf (Afganistán) provocando una masacre. Daños colaterales, dijo un portavoz del Pentágono.

Es lógico (de una lógica descarnada y horrible) que Putin mande tirar bombas donde el francés Hollande hace lo propio cuando la viagra se le sube a la cabeza. ¿Por qué no? Dudo mucho que a los sirios (o a los iraquíes o a los afganos), que huyen de la muerte para chocar con las alambradas en las fronteras del este de Europa, les consuele morir bajo las bombas buenas de la OTAN y no bajo las bombas malas de Rusia. Es, todo ello, una canallada. Eso sí, en el futuro podremos presumir de que la matanza se ensayó a las puertas de Zaragoza. Y se llenaron los bares.