Vuelve el atractivo del centro nacional. Desde que la Transición se hizo carne electoral se constata que la horquilla centrista, esa zona pantanosa de ideologías ni de derechas ni de izquierdas, propicia para los que gustan de no darse a entender, casi con premio garantizado de mayorías y, por tanto, capaz de lograr gobiernos, ha sido la más cebada por los unos y los otros. Algunos hasta le pusieron su nombre al partido, pero su voluble condición de oleaje tan sensible a los vientos superficiales como a la mar de fondo, impidió que se estabilizara como oferta masiva y se especializó en inclinar la balanza hacia cualquiera del bipartidismo. Depende de lo que había que apoyar o a quién castigar tras cuatro u ocho años de mandato. Al PP ya le iba bien disimular su ADN con lo de centro derecha y al PSOE lo de centro izquierda hasta le gustaba para distanciarse de la izquierda a secas. Ambos, con la cosecha coyuntural de los centrivotos y si había necesidad con el apoyo de los nacionalistas vascos o catalanes, iban trampeando. Sin ETA, mover el árbol de las nueces forales ya no da frutos y poco baile de salón cabe esperar con la rumba catalana. UPD se creyó que podía meter cuerpo y marcar distancias y va a acabar fuera del campo. Así pues, las papeletas dubitativas de antes ya barruntan nuevo equipo, Ciudadanos, que sumará las fugas de centroderecha y parte de las de centroizquierda. Y Podemos, por más que juegue al escondite, pesca en otros caladeros. Pero hasta las luces navideñas todos iluminarán al centro.

*Periodista