Cuanto más autoritarios e injustos son los gobiernos, más recurren como estrategia política al silencio... y a la propaganda para gestionar los conflictos sociales y así ahogar la rabia o la desesperación de los ciudadanos víctimas de la injusticia.

En estas fechas preelectorales, las élites gobernantes en connivencia con los grandes grupos financieros y mediáticos ya han urdido el silenciar todo el sufrimiento acumulado en amplios sectores de la sociedad española, así como el fracaso estrepitoso de sus políticas austericidas, presentadas como inevitables para salir de esta crisis profunda y edulcoradas como momentáneas. Por supuesto, hay que aceptarlas sin cuestionarlas. Si lo haces, además de antipatriota puedes ser criminalizado. Es el predominio apabullante y arrogante del pensamiento único, una doctrina viscosa que inhibe todo pensamiento rebelde. No hay alternativa y sin ella no hay democracia. Nos dijeron que los brutales recortes en el gasto social eran imprescindibles, por la herencia recibida, para reducir la asfixiante deuda pública (DP. Veamos su reducción. La DP española en el 2011 de 734.972 millones de euros, el 68,5% del PIB, ha llegado a 1,05 billones, el 97,4 % del PIB en agosto de este año. En nuestra comunidad, con el gobierno de Luisa Fernanda Rudi, la DP de Aragón llegó a los 6.010 millones de euros en el cuarto trimestre de 2014, cuando en el 2011 era de 3.403. Lo cierto es que la existencia de la DP no solo no les preocupa, es que además les sirve como excusa para hacer y mantener e incrementar los recortes sociales. Cuanto mayor más recortes. El libro La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal de Maurizio Lazzarato lo explica muy claro: el mecanismo de la deuda es un instrumento de dominación del proyecto neoliberal. Y de esta cuestión fundamental, silencio absoluto.

Sorprende la capacidad de aguante de esta sociedad ante tanto sufrimiento acumulado. Por ello, nos amonesta Susan George "De hecho, creo que los griegos y los españoles son como ratas de laboratorio para ver qué nivel de castigo y sufrimiento puede ser aceptado por esta sociedad sin que la gente se rebele. Eso puede alentar al fascismo". Un ciudadano concienciado y preocupado por la gravísima situación actual y futura de muchos de sus compatriotas, si de verdad fuera patriota, tendría que sentirse compungido y no permanecer impávido por el miedo. Ser patriota, es mucho más que alardear de bandera, envolverse en ella y besarla con fruición, portarla en una pulsera, sacarla al balcón en las fiestas patronales; descorchar botellas de champagne tras las victorias de la "Roja" y a la vez defraudar a Hacienda, y ser asiduo a los paraísos fiscales. Ese es un patriotismo de cartón piedra. ¡Anda que no abunda este espécimen en España! Ser patriota es algo muy distinto, tal como lo define Maurizio Viroli en Por amor a la patria, un ensayo sobre el patriotismo y el nacionalismo, ser patriota es poner lo público por delante de lo privado. Es querer y defender lo mejor para tu país y tus conciudadanos: los mejores hospitales, las mejores autopistas, las mejores escuelas, las mejores residencias para los dependientes. Lo que se consigue pagando los impuestos. Así se empieza a ser patriota. La definición de "patriotismo" es la capacidad de los ciudadanos de comprometerse en la defensa de las libertades y de los derechos de las personas. Y el gobernante patriota es el que persigue el fraude fiscal y no quien lo consiente. Y el ciudadano patriota no vota a los representantes de un partido responsable de tanta injusticia, tanto sufrimiento, tanta exclusión, tanta mentira, tanta corrupción y que por su torpeza nos van a dejar un pavoroso e insoluble problema de vertebración territorial. Eso sí, se llaman grandes patriotas. De tanto abrazar a España al final la van asfixiar.

Mas, soy consciente de que estas palabras van a ser irrelevantes para muchos de sus acérrimos votantes. Ellos erre que erre. Tal fidelidad la explica la neuropolítica, una nueva disciplina entre las neurociencias (neurobiología, neurología, neurofisiología, o psicología cognitiva-) capaz de comprender cómo actúa el cerebro de los seres humanos como ciudadanos, electores o activistas frente a los estímulos de la comunicación política. Nos permite conocerlo mejor, saber cómo funciona, cómo articula sus imágenes, con qué valores, con qué sentimientos y cómo se canalizan sus decisiones. Tal como nos dice Adela Cortina en el artículo La racionalidad rara avis, resulta que las gentes, según George Lakoff, no votamos teniendo en cuenta los hechos, como cabría pensar de seres presuntamente racionales, sino que en realidad votamos desde nuestros valores, estrechamente ligados a las emociones. A lo largo de nuestra historia personal nos creamos un marco de valores y, una vez configurado el esquema, nos resistimos como gato panza arriba a renunciar a él. Esos marcos están presentes en las sinapsis del cerebro, e influyen en nuestras decisiones de forma inconsciente. Con lo cual, nos importan poco las informaciones sobre la conducta de los políticos o sobre la situación del país: cuando los hechos no encajan en nuestros marcos, mantenemos los marcos e ignoramos los hechos, y seguimos aferrados a nuestros esquemas y seguimos votando a los mismos.

Profesor de Instituto