El acuerdo de París sobre la lucha contra el cambio climático ha sido saludado con gran entusiasmo. Y, ciertamente, marca un positivo punto de inflexión con respecto a otras negociaciones climáticas.Pero hay que entender los límites de un acuerdo que exige la unanimidad de 195 países con intereses muy contradictorios. Se ha hablado poco de este problema en la reciente campaña electoral, pero en materia de clima todo está por hacer. Veamos tres de los puntos débiles del acuerdo.

Primero. No hay nada que permita avanzar en la fijación de un precio al carbono para reflejar el coste social de las emisiones de CO2. Europa y muchas empresas querían, pero los grandes productores de petróleo y carbón se opusieron. Y mientras las energías carbonadas sean más baratas que las renovables, las seguiremos usando. Nos proponemos reducir las emisiones, pero el mundo subvenciona cinco veces más las energías carbonadas que las renovables. Y en eso no hay grandes cambios.

Segundo. El acuerdo no es jurídicamente vinculante en algunos de sus aspectos más importantes. Desde el principio, Estados Unidos lo dejó bien claro: "No habrá objetivos de reducción de emisiones de gases invernadero jurídicamente vinculantes como en Kioto". Al final, la presidencia francesa, que hizo un gran trabajo, presentó el acuerdo como vinculante, pero en realidad no es así. Y no deberíamos sorprendernos, porque desde el 2009 en Copenhague el mundo abandonó la búsqueda de un acuerdo internacional de reducción de emisiones tipo Kioto y las negociaciones sobre el clima tomaron una nueva dirección. Nos guste o no, la lógica del Protocolo de Kioto no pudo aplicarse porque ni EEUU lo aprobó ni afectaba a China y a otros países emergentes, otros países (Canadá) lo abandonaron y otros no lo han cumplido (Japón, Australia).

En la práctica, el Protocolo de Kioto se limitaba a la Unión Europea, que representa el 10% de las emisiones, y era imposible extenderlo al conjunto del mundo. Desde Copenhague se renunció a la lógica de arriba abajo de repartir de forma ñequitativaO y vinculante el total de las emisiones que la atmósfera puede almacenar, para adoptar un enfoque de abajo arriba para construir un acuerdo climático universal basado en el esfuerzo que cada Estado decidiera soberanamente hacer. Llamando a las cosas por su nombre, en el acuerdo de París cada país se compromete a reducir sus emisiones en lo que quiere, como quiere y cuando quiere. Y no hay sanciones para quien no cumpla con sus propios compromisos. El acuerdo no es un tratado internacional que incluya una obligación de resultados en la reducción de emisiones que los países han propuesto. El Congreso de EEUU, con mayoría republicana, no lo habría ratificado. Las propuestas presentadas por EEUU se basan solo en la capacidad de acción reguladora que tiene el presidente, para así evitar el paso por el Congreso. El acuerdo sí es vinculante en la obligación de presentar revisiones periódicas para aumentar las contribuciones nacionales, en los mecanismos de verificación y en la transparencia de su aplicación para que los compromisos sean creíbles. Pero la primera revisión se ha retrasado hasta el 2025, que es demasiado tarde.

Tercero. Las reducciones de emisiones aprobadas están muy lejos de contener el aumento de temperatura por debajo de dos grados centígrados. El propio acuerdo reconoce que habrá que hacer un esfuerzo mucho mayor que el aprobado. En realidad, al iniciarse la COP21 ya se disponía de las propuestas de reducción, en el horizonte del 2030, de las emisiones de gases con efecto invernadero presentadas, sobre una base totalmente voluntaria, por 181 países que representan el 91% de las emisiones globales. Las diferentes estimaciones sobre su balance agregado muestran que esos compromisos no permitirán reducir las emisiones de aquí al 2030, sino que continuarán aumentando, pasando de las 49 gigatoneladas de CO2 del 2010 a unas 60 gigatoneladas en el 2030. Ello conducirá a un aumento de temperatura superior a los tres grados.

Podría ser peor. Sin ese esfuerzo de reducción, las emisiones llegarían a las 69 gigatoneladas en el 2030. Para estar en la senda de reducción de dos grados habría que haberlas reducido a 42 gigatoneladas el 2030, dividirlas por dos en el 2050 y llegar a cero emisiones en el 2100. De manera que lo que se ha acordado en París es solo una pequeña parte del esfuerzo que hay que hacer de aquí al 2030. Y no hay más compromisos posteriores que el de llegar al pico de las emisiones "tan pronto como sea posible" --lo mínimo que se puede decir-- y a la "neutralidad carbono" para fin de siglo.

Pero aunque todo queda por hacer, hay motivos para la esperanza. Sobre todo porque los grandes países emergentes, como China y la India, han entendido que la lucha contra el cambio climático es una cuestión que les afecta directamente. Expresidente del Parlamento Europeo.