Beatriz Rodríguez (Sevilla, 1980) y su novela Cuando éramos ángeles es la apuesta descubrimiento de la editorial Seix-Barral para esta temporada de 2016. Esta novela, que se presenta a los lectores como un relato de intriga policiaca, viene a sumarse a una corriente de reflexión crítica sobre los roles de género que afectan sobremanera al desenvolvimiento social de las mujeres. La peculiaridad de Beatriz Rodríguez es que no enseña ningún arma ensayística ni corsé lacaniano, ni andamiaje teórico: solo puro instinto narrativo. Está en marcha una revisión feminista transgeneracional y transnacional que pretende liberar a hombres y mujeres y proponer nuevos acuerdos de convivencia más ilusionantes que los establecidos en la cultura patriarcal. Tendremos que poner el nombre de Beatriz Rodríguez en línea con otros que solemos ver en la prensa y en las librerías: la filósofa española Carolina del Olmo (1976); la chilena Lina Meruane (1970), autora de Sangre en el ojo y considerada como como figura representativa del gran momento de la narrativa hispanoamericana afterboom; o la peruana, de formación y actividad profesional francesa, Patricia de Souza (1964), autora del libro de relatos Erótika. Escenas de la vida sexual y del ensayo sobre la escritura de las mujeres Eva no tiene paraíso.

Probablemente Beatriz Rodríguez no se propusiera como primer objetivo hacer una novela feminista, sin embargo eso es lo que le ha salido, y en el sentido más legítimo. En Cuando éramos ángeles la autora deconstruye la educación sentimental de unos jóvenes que, verano tras verano, maduran --es un decir-- sexualmente a través del núcleo social de la pandilla. La pandilla y el verano; el verano andaluz; el calor atávico y el medio rural asfixiante. El alcohol, los porros, la cocaína y la discoteca del pueblo. Ser mujer y tener quince años a mediados de los noventa. Haber nacido mujer en la España democrática y gustarte mucho a ti misma, limpiamente y a fondo. Un desastre anunciado. Como la muerte de uno de los miembros de la pandilla, el hijo del cacique. Sí, porque en el medio social que nos presenta Beatriz Rodríguez el caciquismo y el machismo son los condicionantes que determinan la vida de todos y todas y provocan una atmósfera irrespirable incluso para el poderoso patriarca, Francisco José Borrego, y su hijo, destinado a convertirse en lo mismo que su padre. Los pobres Borrego, tan culpables y tan víctimas de su dominio absoluto sobre la vida y los cuerpos de sus mujeres y de sus hijos; víctimas al final de su patriarcado ejercido con la misma saña que el dominio sobre la tierra y sobre sus asalariados. Tan víctimas y verdugos, tan inconscientes, que alguien tenía que cambiar el rumbo de las cosas, truncar el orden patriarcal, alterar las formas de acceso a la propiedad y dar cabida a otra conducta sexual y a otros afectos más leales y liberadores. El asesinato de Fran Borrego, destazado como un cerdo en medio del campo, con el pecho abierto por un azadazo, viene a trastocar todo lo previsto en el arbitrario orden patrimonial de la familia y de la tierra. La cultura ancestral que rige la conducta sexual y familiar de los varones de Fuentegrande es alienante para todos. Hasta para el pobre Fran asesinado, que ni siquiera fue el protagonista de su propio entierro.

Cuando éramos ángeles se estructura en capítulos que sistemáticamente alternan el presente de la investigación del crimen con el pasado adolescente del muerto y sus amigos, que evolucionan del insulto y la segregación al maltrato y asesinato de lo que tienen a mano: gallinas gatos y perros. El penúltimo verano la víctima será ya una persona: el loco, el drogata-mártir-Sebastián. Casi lo matan. Los chicos ya toman sus propias decisiones. Sus zapatos están manchados de sangre. No son ángeles. Están listos para la vida adulta y el matrimonio. Un matrimonio que conllevará --como verá quien lea--, un acto superior de violencia por parte del marido, y la decepción definitiva de la esposa, ante el "atávico papel secundario que habían preparado para ella". No puedo desvelar nada más porque Cuando éramos ángeles es una novela de intriga y se lee sin sosiego, sin resuello, en un guiso muy bien aliñado de violencia tribal y sexo.

Nada de amor en Cuando éramos ángeles. Únicamente deseo. Al final se abre un horizonte para la felicidad de la pareja cifrado en la justa proporción de camaradería y sexo. La opción de una pareja que permanece unida "a la manera en que las parejas deciden hacerlo" se dibuja como la segura antesala de la decepción. Un vigor narrativo excepcional y una madurez feroz alejan a Beatriz Rodríguez de cualquier tópico. Ojo con las nacidas en los ochenta.

Universidad de Zaragoza