Opinión | Sedimentos

Gratitud

Es difícil ser profeta en tu tierra y todavía menos habitual recibir un homenaje en vida, pues parece estrictamente necesario esperar a la desaparición de la personalidad agasajada para rendirle los reconocimientos que se granjeó a largo de su existencia. ¿Por qué nos molesta tanto el testimonio honorífico mientras su protagonista está presente? Acaso sea cuestión de pura envidia o, tal vez, de lamentable mezquindad.

La bella ciudad de Daroca ha sido el entrañable escenario de una merecida demostración de cariño hacia el autor del himno oficial de Aragón, el turolense Antón García Abril, compositor de dilatada trayectoria en la que descuellan, junto a magníficos conciertos, numerosísimas bandas sonoras para cine y televisión, méritos por los que se hizo acreedor a la Medalla de Oro de la Academia de Cine en 2014. El ya octogenario Antón, presidente de honor de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, asistió junto con su esposa al acto organizado por José Félix Tallada, director del Teatro Lírico de Zaragoza, con la colaboración de dos ilustres darocenses, el historiador José Luis Corral y el escultor José Miguel Fuertes, junto a la aportación de figuras de la cultura aragonesa: José Luis González Uriol, director del Festival de Música Antigua de Daroca, la musicóloga Ana Pilar Zaldívar o el pianista Rubén Lorenzo. Antón nunca olvidó sus raíces aunque su carrera se ha desarrollado fundamentalmente fuera de Aragón, para emprender una diáspora a la que tantos prestigiosos, oriundos de nuestra comunidad, se han visto forzados. Cuanto más universal es la huella de un personaje, tanto más digno de aprecio su reencuentro con el calor de la tierra donde vio la luz por primera vez.

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