La dimensión de Johan Cruyff, fallecido el Jueves Santo a los 68 años por un cáncer, se aprecia en plenitud con la portada que le dedicó L'Équipe. La imagen del holandés volador, con la camiseta naranja de su selección y el balón en sus pies, y una sola frase: Il était le jeu. Él era el juego. Cuatro palabras, apenas cuatro, definen qué ha significado para el mundo del fútbol un deportista elegido, uno de aquellos pocos que alcanzan la etiqueta de visionario o legendario. Y no solo para el Barça, para el Ajax, para Holanda. Y es que Cruyff fue siempre un revolucionario, un futbolista llamado a marcar su tiempo. En el Barça, su fichaje en la temporada 1973-74 provocó un vuelco en la historia del club. Si como jugador dejó impronta, y no solo deportiva con un aire de modernidad impropio de los últimos años de la dictadura franquista, Cruyff cambió de forma definitiva la historia del FC Barcelona desde el banquillo entre 1988 y 1996. Cruyff fue el guía de una generación, el llamado dream team, que conquistó cuatro Ligas seguidas y la primera Copa de Europa. Pero tan importante como esos éxitos fue implantar esa filosofía cuyo legado perdura.