Ya hace años que nos hemos acostumbrado a la salida de jóvenes españoles hacia el norte de Europa en la búsqueda de trabajo. Muchos con títulos universitarios en su mochila, esperando la oportunidad y el reconocimiento acordes con sus capacidades en países donde la innovación y las ofertas tecnológicas o industriales mantienen su pujanza. Otros, con menor bagaje académico pero con carácter y voluntad de lucha contra el paro que se les ofrecía en la España de la recuperación, también emprendieron la aventura de buscarse la vida. Lo que no estaba previsto en el guion de la crisis es que jóvenes españoles cruzaran a Portugal en busca de una salida laboral como teleoperadores. Algunos con estudios superiores y la mayoría con salarios de entre 600 y 800 euros, unas cifras muy conocidas en España. Debe ser que la cercanía contagia los sueldos de miseria. Las empresas para las que trabajan son filiales o subcontratadas de compañías españolas y la actividad de call center la dirigen al mercado español. A las empresas les sale más barato, así que si quieren sacarse un jornal, los jóvenes deben marchar a Lisboa, quizá porque al otro lado de la frontera la tasa de paro --pese a la situación económica del país-- es del 12%, muy por debajo de la española. Con esas sutilezas se andan algunas compañías para lucir sus cuentas de resultados. Y mientras, la extrema derecha que despierta por el norte, señalando a los refugiados como el origen de todos los males.

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