En una escena de Pulp fiction, Quentin Tarantino definió el lugar que ocupan los mexicanos en la vida norteamericana. Unos asaltantes sacan sus armas en una cafetería y todo mundo se paraliza. De pronto, se oye un ruido en un cuarto trasero. Sin saber quién o quiénes están ahí, uno de los criminales dice: "¡Saquen a los mexicanos de la cocina!". Ninguna otra nacionalidad puede ocupar ese espacio.

Recordé esto en la cafetería Neil's de Nueva York, un sitio pequeño que conserva muebles y recetas de los años 50. La cocina es aún más reducida y está abierta a la barra. Es imposible pasar por alto a quienes ahí trabajan, pero sobre todo, es imposible no escucharlos. Los cocineros hacen bromas, rebanan tomates al ritmo de sus risas, silban melodías y cantan a coro. En los raros momentos de silencio, comparten órdenes de trabajo o dicen una frase motivacional como "¡Ay vida, no me mereces!".

LA SITUACIÓN de los mexicanos en EEUU dista mucho de ser idílica. Desde el punto de vista laboral, es preferible a la que tienen en México, donde ganarían 10 veces menos. Más allá de los sinsabores, el humor migra con ellos. Incluso los comensales que no hablan español disfrutan la algarabía de los cocineros y lavaplatos de Neil's. Como en una pieza de teatro del absurdo, sonríen sin comprender el sentido de las palabras.

Presencié esta escena en la zona este de la ciudad. Al otro lado de Central Park, la Torre Trump ostenta el nombre de su propietario en letras doradas. Durante más de medio año hemos visto la irresistible ascensión del candidato que basa su campaña en el desprecio a los mexicanos. Como Hitler y Mussolini, el excesivo republicano fue descartado en un principio como un payaso que buscaba en el nacionalismo una respuesta para las vencidas ilusiones de las masas. Como ellos, ha conseguido encandilar a un numeroso sector de la población.

Con menos estridencias, Ted Cruz, candidato oficial republicano, tiene propósitos más reaccionarios. Trump propone construir un muro en la frontera con México. Cruz no apela a esta fantasía medieval; de manera más sobria, y más amenazante, prefiere un control burocrático de los ilegales. Si el magnate piensa en una espectacular barrera escenográfica, el político institucional piensa en trámites silenciosos para disminuir la presencia de extranjeros.

En caso de triunfar, Trump podría apelar a su habitual cinismo para decir: "Dije que los mexicanos pagarían el muro; como no tienen dinero, no pueden hacerlo".

¿Es necesario llegar a ese punto para conocer los límites de la política estadounidense? El país de Jefferson ha caído en una degradación insospechada. Más allá de sus propios errores, Barack Obama no puede gobernar porque carece de mayoría en el Congreso. Pero los republicanos disponen de un poder que, curiosamente, no satisface a sus electores. La popularidad de Trump solo se explica porque los votantes están hartos de los conservadores profesionales en Washington. Obama es bloqueado por defensores de la tradición repudiados por sus electores.

El campo demócrata es más claro pero no muy esperanzador. Si Bernie Sanders ganara la nominación, la política se polarizaría tanto que, posiblemente, el Partido Republicano se apoderaría del centro. Hillary Clinton podría ganarle al exaltado Trump, pero tendría menos posibilidades con un fascista sereno como Cruz.

HILLARY REPRESENTA el triunfo de la experiencia sobre la esperanza. Conoce perfectamente el sistema político de su país y se adapta a las circunstancias con terso pragmatismo. Como candidata, niega posturas que antes aprobó. Cercana a los circuitos financieros, critica a Wall Street por la crisis que empezó en el 2008; hasta el 2013, se oponía a los matrimonios del mismo sexo; ahora los defiende. Veleidosa, más cercana a la ambición que a los ideales, es sólida sin ser confiable. Pero Sanders es demasiado progresista para cautivar al votante medio. Su gran apoyo proviene de jóvenes entre 17 y 29 años (en esta franja de la población superó a Clinton en 13 de las primeras 15 primarias). En The New Yorker, Ryan Lizza comenta que el verdadero triunfo de Sanders puede consistir en preparar una candidatura del futuro, como sucedió con George McGovern, que perdió estrepitosamente ante los republicanos, pero permitió que ciertos demócratas se formaran con él, entre ellos Bill y Hillary Clinton. La profecía de Lizza es optimista en lo que toca al acceso al poder. También revela que para lograrlo hay que ser como los Clinton, que prefieren la adaptación a la convicción.

En el mejor de los casos, las elecciones dejarán las cosas como están. Mientras tanto, en las cocinas del imperio, los mexicanos calientan la comida, y no dejan de reír. Escritor