Marta Sanz ganó el Premio Herralde con una novela en la que sobre todo habla de la precariedad en el mundo del teatro: Farándula (Anagrama 2015). El texto se presenta dividido en dos partes "Faralaes" y "Tarántula" para señalar el oropel y el veneno de la profesión: Las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros (F. G. Lorca). Un veneno nada romántico: miseria material y precariedad laboral donde se crían otras miserias humanas, más repugnantes cuando se amasan con el relumbrón de la prensa, las entrevistas, los focos de las cámaras, los premios institucionales y la parafernalia que mantiene el tinglado oficial del prestigio del arte y sus cruces no pensionadas. En algún momento se hubo de sancionar el sacrificio de una parte del patrimonio cultural y del tejido social que acrecienta, preserva y transmite ese patrimonio. Los productos de Hollywood están subvencionados y apoyados a través de políticas concretas. El cine y la música se contemplan en USA como cualquier otro tipo de producto --agrícola, tecnológico, industrial: maíz, coches, ordenadores-- en los acuerdos comerciales. La desidia institucional en el mundo hispánico para con la producción literaria, musical, dramática, pictórica, cinematográfica es paradójica e incomprensible. ¿Para cuándo el tratamiento del sector cultural como un sector económico relevante? No entiendo la marca España. Por otra parte, la desconfianza de la derecha española hacia la mayor parte de la cultura española es una pulsión atávica que regurgita según el signo del gobierno. Cuando pienso en estas cosas veo en las estanterías de la antigua Biblioteca de Filosofía y Letras los VII tomos de la Historia de los heterodoxos españoles de don Marcelino Menéndez Pelayo, la mejor obra histórica de su autor, según creo.

Farándula se cierra con un epílogo titulado "La Falconcita" que remite al primer fragmento de la novela, Apocallypse Now. En los dos, una prosa nerviosa y seca que golpea con precisión los resortes en los que la conciencia del lector quiere hacerse difusa y relajarse para una cómoda lectura. La novela cuenta la muerte de la actriz Ana Urrutia, que de alguna manera parece inspirada en la muerte, en marzo de 2013, de María Asquerino. La precariedad de la farándula se revisa a través de la vida --y muerte, si procede-- de tres actrices, de tres edades. Además de la Urrutia, anciana actriz moribunda: Valeria Falcón, de mediana edad que acabará retirándose, y la joven Natalia, que parece triunfar --será solo un instante, suponemos-- al sustituir a Valeria en los ensayos de una adaptación teatral de Eva al desnudo (J. L. Mankiewicz, 1950). La sed de triunfo y la cosecha de iniquidades de Allabout Eva propone un efecto de mise en abŒme especular sobre el relato de las escatologías de la actriz octogenaria y la trabajosa vida laboral de las otras dos. El caldo moral de la película de Manckiewicz se adhiere al relato de la precariedad del sector teatral en España, donde no se pagan los ensayos, las pensiones de los artistas eran inexistentes y ahora son exiguas y mal reguladas, y donde la inversión empresarial ha adoptado la cómoda fórmula de la remuneración según taquilla. Un fiasco humano, unas vidas acanalladas.

LOS TITULARES y comentarios periodísticos que dieron cuenta de la muerte de la actriz María Asquerino hacían referencia a la inquietud que provoca la muerte de una artista sin marido y sin hijos: "Nadie reclamó el cuerpo de la fallecida actriz María Asquerino", "Es totalmente incierto que María Asquerino haya muerto sola" o "Pagó con su soledad y el olvido no haber querido estar atada a determinadas cosas". Ah, el miedo a los finales, a la falta de dignidad de los finales, y la búsqueda de razones, de censuras también atávicas. Julio Cejador se despachaba a gusto, con tanta falsedad como saña, al evocar la vida y la muerte de la muy emancipada escritora aragonesa Pilar Sinués (1835-1893): "Tipo estrafalario de mujer, la de vida más más desordenada y perdida (-) Su última novela fue Morir sola, y sola murió pobrísimamente, hallándola muerta su sirvienta al volver a casa". En el final de la novela de Marta Sanz, Valeria Falcón toma la pluma y en cierta manera el acto de escribir de la protagonista la equipara con la autora y ambas dicen "me pienso pensando y puede que ese haya sido mi principal problema". Y ambas denuncian la desidia de un país en el que no se da importancia a que un titiritero o una actriz o un violinista tengan que abandonar su vocación: "Nadie piensa que el titiritero y el violinista virtuoso tienen una boca y asimilan por las fibras de su intestino las sustancias necesarias para crecer, reproducirse y morir. Nadie pide mucho más". Pero hay que seguir pidiendo y exigiendo.

Universidad de Zaragoza