No sé qué les pasará a ustedes, queridos lectores de prensa, pero a mí esta campaña repetida me produce una tremenda apatía. Y eso que tengo un profundo respeto a la política como instrumento regulador de la convivencia entre los hombres. De pronto, me descubro en una nueva faceta de mi personalidad, de natural apasionada, que es la de pasar olímpicamente de escuchar, ver y oír a los candidatos. Votaré, claro que votaré el 26-J, y con el mismo entusiasmo que lo hice an las anteriores elecciones; pero sin machacar mis neuronas siguiendo la campaña en ningún sentido.

Con esta sabia decisión veo mucha menos televisión, y me lanzo a devorar un libro tras otro, hasta que mis músculos y huesos me avisan que hay que moverse un poco, y salgo a las calles, a los parques a respirar, oler la primavera y escuchar la música con el iPod que me regaló mi hijo por mi cumpleaños. El reproductor de música es tan pequeño y tan cuadrado que parece una chocolatina de fresa perdida en un bolsillo. Así me aíslo del mundo y pongo banda sonora a los pensamientos.

Y al ver menos televisión, me entran ganas de quedar con las amigas para tomarnos unas cañas por ahí. Así que soy de las que cuando se le ocurren las cosas, pasa a la acción, y las llamo sin previsión ni antelación. Como es natural, la mayoría de ellas, se ríen de mis impulsos, me dicen que no pueden, y que tenemos que buscar un hueco para la semana que viene. Cuando eso pasa, tardamos en vernos un montón, o a mí se me han pasado las ganas de quedar.

Otra estupenda opción para huir de la matraca electoral es ir al cine. Elegir las películas que todavía merecen la pena ser disfrutadas en la oscuridad hipnótica de la sala, y dejarse llevar por esa gran industria donde se junta tanto talento para ofrecer, en un par de horas, creaciones impactantes o que nos esponjan el corazón. Y hablando de cine, no puedo evitar pensar que no se oye nada hablar de cultura a los partidos políticos en liza en este país agotado; es como si el 21% con que se penalizan los productos culturales no estuviera en vigor y ya nos hubiéramos acostumbrado a semejante atropello.

No dejarse atontar por las divagaciones retóricas de los contendientes a ocupar la Moncloa también deja bastante tiempo libre para sacar el trabajo pendiente, acumulado o por inventarse entre las cuatro paredes de la casa. En mi caso debería estar escribiendo otra novela, imponiéndome una disciplina espartana con sentadas frente al ordenador de mañana, tarde y noche; pero como también soy una hedonista recalcitrante la llegada del buen tiempo saca en mí el lado más social, y todo son excusas para convencerme de que la inspiración me ha abandonado, y me apunto a lo que sea con tal de huir de mis obligaciones. En definitiva, que esta apatía electoral me está llevando a la pereza y a la indolencia creadora, por la que brindo con una copa de vino blanco frío al caer la tarde para celebrar la vida, y por alejar del poder a los corruptos que nos amargan y aburren tanto.

Periodista y escritora