Hay palabras que dudo mucho que emplease en una conversación coloquial entre amigos, palabras que no me gustan especialmente pero que escucho últimamente con cierta frecuencia. Una de ellas es «empoderamiento», palabra cacofónica y fea donde las haya o me parece a mí -ya me disculparán--. Muy probablemente mi falta de afecto tenga algo que ver con que es una traducción demasiado literal del empower inglés. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la define como «hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido».

En boca de algunos politócratas empoderar se ha convertido en una de esas nuevas coletillas que acaban por ahogar discursos prefabricados y argumentarios desgastados. No sé cómo podían pretender hacer política quienes no la manejaban como una de sus palabras clave, incluso fetiche. Más pretenciosa que revolucionaria la palabra me suena bastante hueca, tal vez sea por el abuso de su repetición y su falta de concreción a un tiempo. Tan es así que sigo sin saber a qué se refieren cuando apelan a ella. A mi modo de ver el mejor empoderamiento (con perdón) no, el único empoderamiento posible es el que procede del conocimiento. Pero no de un conocimiento surcado de contraseñas, ocurrencias y frases contrahechas en una banal disputa por la brillantez mediática del momento. En caso de llegar a él, el común de los mortales no accede al conocimiento por medio de un flash (sí, también inglés) informativo y desde luego lo formativo es de todo menos un flash.

Sin premeditación, casi intuitivamente relaciono conocimiento y sentido común lo cual resultaría balsámico si no fuera porque tengo la triste sensación de que últimamente el sentido común parece saturado por la ideología. Diría incluso que a día de hoy no faltan los políticos que se han autoerigido en la personificación del sentido común, portadores y portavoces de la verdad. A juzgar por lo que dicen solo su predicamento es tal, lo del resto no pasa de ser falsificación y simulacro. Y a mí que me parece que la sensatez sale haciendo mutis por el foro cuando ellos llegan y lo inundan todo con su palabrería…

Aun cuando Michel Maffesoli no estaba pensando exactamente en ellos cuando introdujo el término neotribus entiendo que les sería totalmente extensible, ya que, entre su cometido parece destacar la construcción de una sucesión de presentes hechos a su medida sin la inclusión en el diseño del futuro de otra idea de sentido común que la suya propia. Y sí, son neos pero son tribus por lo que se deben a las disposiciones de un jefe o un grupo que manda habiendo de asumir el castigo en caso de no obedecer, cosa que suelen hacer ante el temor a ser expulsados del grupo y convertirse en coleccionistas de derrotas.

Las neotribus, esas u otras, las hay en más ámbitos pero probablemente las de la política sean las que más se hacen notar y sentir, son mundos casi encerrados en su propia lógica bajo cuya perspectiva todo lo que hacen y dicen es justificable pues de ello depende su supervivencia. Sin más ventanas que las que asoman a su patio interior, tomados en su conjunto, ensamblados en un todo resultan una curiosa mezcla a medio camino entre el absurdo y el darwinismo. O, al menos yo así los oigo y veo. H

*Profesora de Derecho de la Universidad de Zaragoza