Un sondeo revela que un tercio de los estadounidenses creen que la frase «De cada uno según su capacidad y a cada uno según sus necesidades» figura en la Constitución, cuando en realidad es de Karl Marx. Una cantidad similar, la tercera parte, es incapaz de mencionar una de las tres ramas del Gobierno federal, y menos de la cuarta parte es capaz de nombrar a uno de los senadores que les representan. Estos datos recogidos en el ensayo de Caleb Crain Argumentación contra la democracia, que se publicó en The New Yorker, exponen la alienación de los norteamericanos con respecto a uno de los pilares de la democracia: estar informado.

Joachim Fest escribió: «Se puede sucumbir al espíritu de la época a pesar de haber sido educado en contradicción con él». Aunque Fest lo dijo en otro contexto, tal vez es lo que ahora le está sucediendo a la democracia, y quizá está relacionado con la advertencia de Barack Obama una semana antes de abandonar la Casa Blanca: la democracia no puede funcionar si no existe una referencia común de hechos y si por principio no se quiere admitir que tu oponente puede tener razón. Lo formuló de esta manera, aunque podía haberlo hecho de otras, incluida la de Crain.

Mucha gente cree que la democracia consiste en depositar una papeleta en una urna cada cuatro años, o en depositarla cada dos por tres, si se trata de una persona con ideas alternativas o partidaria de las consultas permanentes. Se ha educado a la gente de esta manera y es lógico que lo crean. Naturalmente, la democracia no puede florecer en países donde existe una fuerte tendencia a la religión o al nacionalismo, o a esas dos ideologías al mismo tiempo, y va siendo hora de que se supere el patriotismo territorial, espiritual o de cualquier otra índole que inevitablemente alimenta el sectarismo.

Tras el referéndum del brexit, los votantes del Reino Unido acudieron a Google para averiguar qué diablos era la Unión Europea. Los mismos votantes que no parecían tener una idea clara de lo que significaba fueron quienes han querido sacar al Reino Unido de la UE. Más tarde ha habido iniciativas contra el referéndum, que además tuvo un resultado ajustado, y que, sin embargo, puede ser trascendente para su futuro. Esto ha suscitado preguntas sobre si tiene sentido votar sobre algo que no se comprende. Muchos opinan que sí tiene sentido, aunque no se sepa bien lo que se está votando.

Jason Brennan, profesor de filosofía en Georgetown, una universidad que cuenta con un elenco cada vez más nutrido de docentes reaccionarios, ha escrito el superventas Contra la democracia. Aparecido en agosto, muy citado por Crain y apropiado para recibir la era Trump, el libro argumenta que la democracia no es una buena forma de gobierno, especialmente cuando la Administración se coloca en manos de incompetentes. Brennan propone que el gobierno esté en manos de los más cualificados, de los mejor preparados, y no de la mayoría, que es ignorante y hasta irracional, una idea que no es nueva.

En los últimos años ha aparecido un número creciente de trabajos que critican la democracia como un sistema atrasado e inapropiado para nuestro tiempo. Caleb Crain inicia su ensayo diciendo que uno de los primeros en observar las deficiencias de la democracia fue Platón, quien sugirió, como Brennan, que el gobierno se pusiera en manos de los inteligentes y capaces, es decir de las élites. Recordemos, sin embargo, que han sido las élites las que han conducido a la reciente crisis económica que ha devastado a un gran número de bancos y que posteriormente han tenido que costear los ciudadanos. Quienes hace unos años fundieron el sistema bancario fueron los primeros de la clase, a quienes en muchos casos movía la codicia. La experiencia enseña que las élites también cometen errores.

En cualquier caso, los bancos no eligen a sus altos ejecutivos siguiendo métodos democráticos. Y eso es lo que Brennan propone: no confiar en las masas sino en los mejores, porque aunque ellos también se equivoquen, se equivocarán menos. ¿En qué banco vamos a colocar nuestros ahorros y quedarnos más tranquilos? ¿En uno marginal y de dudosa reputación o en los que cuentan con ejecutivos que han sido los primeros de la clase, aunque vuelvan a equivocarse y arrastrarnos a la ruina?

La democracia no está en el mundo de la industria ni se practica en los bancos, así que ¿cómo es posible que sea útil en algo tan complejo como un Estado? Esta es la inquietante pregunta latente en algunos cerebros contemporáneos, y la respuesta de Brennan es negativa.

*Periodista