Si atendemos a los apellidos de los principales candidatos masculinos a las presidenciales francesas (Fillon, Hamon, Macron, Melenchon), se diría que nos encontramos ante una colección de excesos (dan ganas de ponerles a todos una tilde en la «o»). Sólo la quinta en discordia escapa a la regla: vendría de fábula que se apellidara «Lepon», pero no, se llama Lepen y sorprendentemente, parece ahora mismo el único factor estable en estas elecciones.

Más allá de la anécdota fonética, el recorrido reciente de los excesos es de vértigo: Primero fue la debacle del Partido Socialista que Hollande y Valls dejaron en herencia al pobre Hamon, ya totalmente descartado en las encuestas. Después vino la súbita defenestración de Fillon, a cuenta de pecados conyugales pretéritos. A continuación, surgió casi de la nada el milagro Macron; y para terminar, venimos asistiendo desde hace algunos días a otro prodigio no menos portentoso, el fenómeno Melenchon.

El pasado 4 de abril, tras el debate a once, Melenchon resultó ser el candidato mejor valorado por nada menos que el 25% de los telespectadores. Ahí empezó la remontada. Sólo cinco días después, el líder de Francia Insumisa pronunció un mitin en Marsella, ante nada menos que 70.000 personas. Parte de ese mitin, lleno de grandes palabras y henchido de oratoria, se hizo viral en las redes y confirmó una vertiginosa subida en las encuestas de intención de voto, que le coloca a la par de Fillon y a penas a dos puntos de Macron y Lepen, técnicamente empatados.

El ligero desgaste del joven Macron, combinado con la frescura del más veterano de los candidatos (65 primaveras tiene Melenchon), hacen temer a los más atrevidos una posible segunda vuelta en la que se enfrentarían los dos extremos: Lepen y Melenchon. Hace sólo unas semanas, absolutamente nadie hubiera creído en ese escenario; hoy, a pocos días de la primera vuelta, todos (empezando por los mercados) tiemblan ante la posibilidad de que algo así pueda suceder. Después del Brexit y de la victoria de Trump, nada es imposible.

Esta situación inédita pone en evidencia varias cosas: la primera es la profunda crisis que atraviesan los partidos políticos tradicionales en Europa. La segunda es que el hueco dejado por ellos está siendo ocupado por movimientos populares, tanto en el centro (En Marche!, en Francia o Ciudadanos, en España), como en la extrema izquierda (France Insumise, en Francia o Podemos, en España). La tercera es la inquietante sensación de que lo único sólido y estable en esta líquida coyuntura es la consolidación de la derecha (la extrema del Front National, en Francia y la moderada del PP, en España).

Las combinaciones posibles para la segunda vuelta van desde un Lepen vs. Macron, que hace poco parecía exótico y que ya empieza a resultar aburrido; hasta el temido Lepen vs. Melenchon, que ya causa sensación en el espectáculo en que se ha convertido la política. Se diría que nada dura más allá de unos días o que todo puede cambiar en horas.

En un tiempo gaseoso como el que nos ha tocado vivir, más que en las convicciones férreas de los votantes, las claves están en la abstención, en el voto nulo y en blanco, en los indecisos y en el voto útil de los que se saben perdedores.

En la primera vuelta, pueden adivinarse algunos trasvases: votantes de Hamon que apuesten por Melenchon. Votantes socialistas que hubieran preferido a Valls como candidato, que se inclinen por Macron. Votantes decepcionados de Fillon, que viren hacia Lepen o hacia Macron.

En una final Lepen vs. Macron, parece claro que «el miedo al coco» daría la victoria al joven candidato de centro derecha. Pero en un combate entre el Frente Nacional y la Francia Insumisa, parte del electorado tendrá que redefinir su idea de «coco», y la derecha en bloque podría dar el paso que todavía no ha dado: Marine Lepen podría atraer hacia sí el voto de Les Republicains de Fillon (cada vez más próximos ideológicamente a un «moderado» Front National) y dar así al traste con esa especie de «red de seguridad» en la que todos creíamos hasta ahora: que la extrema derecha francesa podía crecer, sí, pero que nunca llegaría a superar la prueba de una segunda vuelta.

Se daría así la Paradoja Melenchon: Que la extrema izquierda alcance el éxito sin precedentes de pasar a la segunda vuelta, puede provocar el efecto perverso de llevar al Elíseo a la extrema derecha de Lepen. Un exceso, si llega a producirse, que para nadie será fácil de digerir. H *Escritor