Un hombre de 39 años, que no pertenece a ninguno de los dos partidos que han gobernado Francia en los últimos 50 años, será el próximo presidente de este país. Me parece el dato más relevante de la primera vuelta de las elecciones francesas. La victoria del centrista Emmanuel Macron ha hecho trizas el sistema de partidos de la Quinta República. Si a esta victoria le sumamos el segundo puesto obtenido por la candidata de la extrema derecha, la derrota de la derecha tradicional, la emergencia de una nueva fuerza izquierdista y la laminación del candidato socialista, tenemos la medida de los cambios. Unos cambios que revelan movimientos tectónicos profundos. Algunos, propios de toda la política europea.

Un malestar profundo y transversal. De los cuatro primeros candidatos, tres criticaron el sistema vigente. Desde un pensamiento liberal, Macron ha expresado una voluntad de renovación de la política francesa que han comprado las clases medias urbanas. Marine Le Pen ha obtenido su mejor resultado sumando la Francia rural reaccionaria a la desesperación de una parte de la clase obrera. Al estilo de Donald Trump. Para alcanzar el cuarto lugar, Jean-Luc Mélenchon ha sumado parte del voto comunista (aquel que no ha migrado hacia Le Pen) al de los votantes socialistas descontentos con el tándem Hollande-Valls. También ha motivado a jóvenes indignados que no suelen votar. Entre los tres suman más del 66%. Entre los tres han dinamitado uno de los sistemas más longevos de Europa. Aviso a navegantes. Y una última paradoja: el amplio voto del malestar contrasta con la laminación del Partido Socialista, que obtiene sus peores resultados.

El populismo. Los resultados ratifican que el fantasma que agita Europa es el de los populismos. Juntos, Le Pen y Mélenchon superan el 41%, algo inédito para candidatos que, estando en las antípodas en muchos temas, han coincidido en denunciar la casta francesa, Europa y la globalización, que los franceses llaman mundialización. Lean algunos discursos de Le Pen sin escuchar su voz ni ver su figura de Juana de Arco y verán como muchas de sus opiniones son atribuibles a Mélenchon. Y viceversa. Ambos pretenden hablar en nombre de los casi cinco millones de parados y de los nueve millones de pobres que hay en Francia. Ambos atribuyen los males del país a Bruselas y al FMI. Y ambos consideran que Macron es un candidato del CAC40 (el Ibex 35 francés), que, efectivamente, ha subido cuatro puntos al conocer los resultados. Si el voto de la mala leche no se hubiera dividido, el Iglesias francés habría pasado a la segunda vuelta. Y si Mélenchon no existiera, Le Pen podría ser presidenta.

Gana Europa. Pierden Putin y Trump. Macron ha sido el primer candidato en exhibir la bandera de la UE en sus mítines. Ha renunciado a usar el momento delicado y confuso que vive Europa para hacer demagogia nacionalista como han hecho todos los demás. Y se ha alineado con Merkel frente a quienes han preferido tontear con Washington o Moscú. Le Pen, Mélenchon e incluso Fillon eran candidatos bien vistos por Putin. Por razones distintas, servían al propósito que anima al Kremlin: debilitar Europa. Sabido es que Trump y Le Pen comparten algo más que el rubio platino de sus cabelleras. Tras el brexit, la previsible victoria de Macron constituye la mejor noticia de los últimos meses para la UE. Permitirá recomponer un eje Berlín-París sin el cual la Unión tendría los días contados.

Una segunda vuelta fascinante. Los primeros sondeos atribuyen a Macron más del 60% y a Le Pen menos del 40%. Ya veremos. La candidata ha cosechado más de 7,5 millones de votos. Un récord para la extrema derecha. ¿Hasta dónde llegará en una segunda vuelta en la que Macron pasará a ser el candidato del sistema y ella la única alternativa para quienes quieren cargárselo? Si esconde su condición de extremista xenófoba y subraya su talante radical, ¿cómo se comportarán los votantes de otros partidos? Los socialistas han sido los primeros en llamar a votar por Macron. No podían hacer otra cosa. Muchos líderes de la derecha clásica también lo han hecho, pero falta ver cuántos de sus votantes se dejarán seducir por el nuevo look de Le Pen, distinto del de su padre en el 2002. ¿Y los seguidores de Mélenchon? Es el interrogante de mayor interés. ¿Prevalecerá la tradición del no pasarán o el ramalazo que puede llevar a pensar que cuanto peor mejor? Que lo importante es hacer estallar el sistema aunque sea aliándose con el diablo.

*Periodista y escritor