La posibilidad de que el PP aproveche la situación de las divididas y desconcertadas izquierdas para ponerse a tiro de la mayoría absoluta se ha disipado. Si el partido se hubiera renovado, si apareciesen allí caras nuevas, gente por encima de toda sospecha y con biografías sin mácula... pues quizás se impondría el teorema según el cual el espacio electoral de las formaciones políticas crece o mengua en función del crecimiento o la disminución del que ocupan sus contrarios. Pero Rajoy y la historia reciente (recuperada mediante informes policiales, autos y procesos) se han demostrado capaces de erosionar el más firme suelo de la derecha: esa fiel masa de votantes de cierta edad capaz de perdonarle cualquier cosa al caudillo de turno.

En el ruedo ibérico todo lo que parece fácil se torna difícil, porque cada cual se afana en perjudicar a su propio bando con una fruición e incluso un sadismo acojonantes. O sea, que se lo pusieron a huevo a don Mariano (socialistas y podemistas), pero este se guardaba en el bolsillo (o en la caja B de su partido) munición con la cual acribillarse el pie cuando parecía que la carrera era suya.

Siempre le quedará Cataluña, claro. O sea el independentismo, cuyos planes más o menos desvelados más o menos sugeridos cada vez pintan peor. Y no tanto por su voluntad de marcharse de España, como por el evidente deseo de hacerlo al margen de todo procedimiento democrático, violentando la voluntad de la que, si no se demuestra lo contrario, es la mayoría social catalana. Que no vota soberanismo, o no exactamente. Junts pel Sí nunca llevó en su programa referendo alguno, y menos todavía una consulta en condiciones que requiriese participación y mayoría rupturista muy cualificadas (como corresponde a la gravedad de la decisión). Así que Rajoy se aferra al salvavidas y, por supuesto, se niega también a pactar la manera de poner las urnas, no fuesen a perder la jugada los soberanistas... y él se quedase sin la más reluciente perla de su argumentario: España, España, yo no fui, yo no sabía nada... ¡ah!, y el cupirritín vasco.