Hoy por la tarde se manifiestan en Huesca los vecinos de la Galliguera y otros altoaragoneses. Protestarán contra el futuro pantano de Biscarrués, esa anomalía hidráulica que ha de destruir uno de los pocos tramos naturales que le quedan al río Gállego. Acabará así con las actividades deportivas y turísticas que tienen lugar en la zona y han promovido un interesante (y sostenible) desarrollo económico. La inercia política y los intereses creados parecen haberse dado la mano para mantener en la agenda este embalse, cuyas ventajas son nulas y cuyo impacto ha de resultar muy negativo.

Existen diversos estudios que demuestran la inutilidad del nuevo pantano (cuyo coste, 125 millones, lastrará durante años la transferencia presupuestaria desde la Administración central). El último, elaborado por César González Cebollada, profesor de Hidráulica en la Escuela Politécnica Superior de Huesca, es demoledor. Revela cómo el proyecto para el embalse no tiene en cuenta que el Gállego ya no da mucho más de sí, y en todo caso habría mejores soluciones para incrementar la captación de aguas por parte de Riegos del Altoaragón, por ejemplo ampliando el canal que parte de la presa de Ardisa. Pero lo más inquietante es su advertencia de que el cálculo de los caudales por almacenar se ha hecho considerando series históricas de las mediciones en la estación de aforo de Santa Eulalia... ¡desde 1944 hasta 2010!, lo cual falsea los datos. De hecho, si se tiene en cuenta un periodo más reciente, desde 1970, el resultado indicaría sin ninguna duda que Biscarrués no podrá guardar nada o apenas nada la mitad de los años. Y con el cambio climático...

Detrás de este absurdo (que probablemente esconde un plan para más adelante pedir un recrecimiento del pantano elevando su presa) se apilan los intereses de la cúpula de los regantes, de los políticos que la secundan, de las empresas de ingeniería que proyectan las obras, de las constructoras que se ponen las botas... Qué les importará a todos ellos el desarrollo de la Galliguera.