Anda la gente de bien estremecida por los asesinatos perpetrados por un terrorista esta semana en Barcelona. El dolor y la indignación inundan las redes sociales, donde suele primar la sensatez. Pero unos pocos, como los ¿periodistas? Alfonso Rojo o Hermann Tertsch, han aprovechado este atentado para meter en el mismo saco a todos los musulmanes, mintiendo y manipulando sobre el islam. Y algunos políticos, como Alberto Garzón, coordinador de Izquierda Unida, o Alberto Cubero, concejal del ayuntamiento de Zaragoza, se han referido al atentado criminal de Las Ramblas como «atropello», cual si se tratara de un accidente. Lamentable.

El terrorismo ni tiene justificación, ni plantea debates políticos ni discrimina a la hora de matar; pero lo que sí busca son objetivos, siempre ligados a la imposición de sus planteamientos mediante la fuerza y el miedo.

En el caso del yihadismo, algunos analistas suelen imponer la visceralidad a la cordura, y así, hay quien propone la «guerra total contra los musulmanes», ignorando que más del 95% de sus víctimas son musulmanes, y que más de mil millones de personas profesan esta religión.

En el llamado Occidente, sobre todo cuando se producen atentados, se alardea de superioridad moral sobre el resto del mundo. Pero convendría echar una mirada a la historia del último siglo para ver desfilar por él a tipejos occidentales como Leopoldo II (rey de la cristianísima Bélgica y explotador del Congo con una inimaginable indecencia), Iosif Stalin (un sicópata con millones de muertos a sus espaldas), Adolf Hitler (uno de los mayores carniceros de la historia), Benito Mussolini (un canalla de esperpento) o Francisco Franco (un golpista traidor y criminal), algunos de ellos confesos cristianos de misa diaria. O podríamos recordar la guerra de los Balcanes, donde generales serbios cristianos arengaban a sus tropas para robar propiedades, asesinar ciudadanos y violar mujeres musulmanas en Bosnia.

El triunfo de la libertad, la democracia y los derechos humanos sólo será posible con políticas que fomenten el desarrollo económico de los países donde se cultiva el terrorismo, una mayor y mejor distribución de la riqueza, el final de la opresión de los pueblos del Tercer Mundo, cuyos dictadores se sostienen desde Occidente, y la supresión de los oscuros centros de poder económico que controlan la producción y tráfico de armas, de drogas y de gas y petróleo. Es un gran negocio; por eso, me temo, que por el momento, el final de esta tragedia es una utopía.

*Escritor e historiador