No doy abasto. Desde que me jubilé, no paro de hacer cosas, los innumerables temas que habían ido quedando pendientes, aplazados a causa de una vida laboral intensa y absorbente, desde lecturas hasta viajes, asuntos personales o encuentros con amigos. Es muy gratificante rescatar tiempo para uno mismo. O para la gente que amas. Ahora puedo escribir, pensar, oír música, conversar o pasear. O sea: vivir.

Muchos no se lo creen. «No te jubilarás nunca, tú», te dicen. Y acto seguido pretenden darte trabajo. Cuando lo declinas, a veces se lo toman mal. Seguramente confunden la vida con la actividad profesional. «Soy médico» o «soy albañil», suele decirse. No: haces de médico o haces de albañil. Es distinto. Ser es una cosa, y hacer de esto o de aquello, otra. Pero algunos piensan que son lo que hacen. La vida profesional suplanta su vida personal. Trabajar es un castigo bíblico, a ver si nos entendemos. Hemos aprendido a conllevarlo por la vía de la sublimación y hemos acabado creyendo que era una bendición. Hacer lo que te apetece sí que gratifica. Algunos, sobre todo los artistas, tienen esta suerte. Pero la mayoría, para ganarse la vida trabajan en cosas que no les interesan. He tenido la fortuna de hacer cosas que me apasionaban, pero aun así nada me satisface tanto como decidir libremente, en cada momento, a qué dedico mi tiempo. La jubilación, si tienes salud y recursos, te permite hacerlo. Necesitas el trabajo, como la droga, solo en la medida que dependes de él. Dicen que dignifica. Puede. En todo caso, mata.

*Socioecólogo