Los atentados de Barcelona y Cambrils se han convertido automáticamente en un termómetro de esta sobreinformada y acelerada sociedad que integramos, crueles sucesos que examinan la condición humana y la capacidad de respuesta común y nos ponen frente al espejo de una guerra distinta a las vividas en el pasado. Más allá del drama de las víctimas y sus familias, obviamente el aspecto capital de todo lo ocurrido, y del desarrollo de las investigaciones policial y judicial, en estos últimos y vertiginosos diez días se han acumulado los protagonistas. Desde Felipe VI y su inolvidable tuit («son unos asesinos») hasta el major Trapero y su inesperado papel estrella -una suerte de general Schwarzkopf en versión policía autonómica-, pasando por el párroco de Madrid y el alcalde del PP que señalaron a Ada Colau como «colaboradora» de los terroristas, o por el conseller que distinguió entre víctimas catalanas y de nacionalidad española, y todos aquellos que han visto en la tragedia una oportunidad sobrevenida para presumir de una Cataluña que ya puede moverse como Estado propio. Faltaría más.

Capítulo aparte merecemos los periodistas, gremio supuestamente encargado de mantener en contacto a la población con la realidad en tiempo real pero que en ocasiones como esta se ve obligado a soportar una interminable catarata de críticas y quejas generalizadas (aún no se ha cerrado el debate sobre la conveniencia de publicar determinadas imágenes), cuando no insultos y vejaciones en esta era ultradigital en la que empieza a extenderse la idea de que la prensa de siempre ya no es necesaria. Poco ayuda, claro, la presencia de garbanzos negros que lo mismo dan un portazo porque escuchan respuestas en catalán como relacionan los ataques con la turismofobia.

También en el ámbito de la comunicación destaca el mundillo de los tertulianos, figura esencial en el apartado del análisis cuando quien habla tiene algo que aportar, complementar o esclarecer. Pero los medios han abierto tanto la puerta en este apartado que se les han colado auténticos profesionales de la desinformación y la estulticia, todólogos que desde sus poltronas lo mismo te arreglan en un pis pas el problema catalán o el brexit que te radiografían el proceso de captación de los jóvenes de Ripoll sin saber más de imanes que los que se pegan en la puerta de la nevera. Solo queda agradecer que esta vez nadie a señalado a ETA. Al menos por ahora. H *Periodista