Cuando la crueldad más irracional cercena vidas de cuajo el vacío se apodera de la existencia humana. Afloran como bálsamo contra el dolor individual las demostraciones de solidaridad que emanan de la consciencia colectiva de pertenencia a un grupo que comparte valores éticos y un espacio común de convivencia. Muchos son los sociólogos y filósofos que a lo largo de la historia han escrito sobre ese sentimiento que une a las personas en sociedad y de la necesidad de realizar catarsis ante las desgracias.

Pero fue el francés Gustave Le Bon quien acuñó la expresión muy plástica de «el alma de la muchedumbre», que definió como un alma colectiva, sin duda transitoria, pero que presenta características compartidas muy evidentes.

Barcelona ofreció el sábado una expresión inequívoca de esa alma colectiva que rechaza de forma conjunta el terror y reivindica la voluntad firme de vivir sin miedo por encima de muchas otras consideraciones políticas o ideológicas.

Más de medio millón de personas venidas de todas partes y de religiones y nacionalidades distintas salieron a la calle con un único propósito. El rechazo de la sociedad civil ante los atentados que segaron la vida de 15 personas e hirieron a un centenar fue unánime a pesar de las miserias políticas que han aflorado en los últimos días y de las polémicas por las estelades y por la presencia institucional de unos y de otros en la marcha. Ante un horror como el que sacudió la Rambla de Barcelona nadie es quién para decir quién puede o no puede ir a una manifestación en contra del terrorismo ni para dar consignas de ningún tipo ante una convocatoria de este tipo. No es momento de capitalizar el dolor para ninguna causa que no sea el rechazo en esencia a la violencia y el afecto a las víctimas. El choque institucional entre el Govern y el Estado español discurre con sus respectivas demostraciones colectivas. Las otras almas de la muchedumbre tendrán sus espacios para realizar sus propias catarsis. El sábado era el día de llorar a los muertos. H *Periodista