¡Bienvenidos a casa! Desde que nos fuimos de vacaciones, el mundo ha continuado rodando -y España también- y, a la vista de los datos macroeconómicos, bastante bien. Estamos creciendo por encima del 3%, el empleo continúa aumentando, hay optimismo, las casas se siguen vendiendo y a precios cada vez más altos, el crédito fluye, Europa también crece, el Banco Central Europeo mantiene el rumbo, la inflación crece… «¡Eh, oiga!, esta es una mala noticia». No, no lo es si la causa es que la economía crece. O sea que… no se preocupe: todo va bien. ¡Bienvenido a la rutina!

Sí, ya sé que nunca llueve a gusto de todos. Antes de la crisis pensábamos que, si la marea crece, todos los barcos suben; ahora somos más conscientes de que algunos no han subido. Pero el optimismo sigue siendo importante: en una economía que crece, las medidas correctoras son menos dolorosas. No me estoy refiriendo a la redistribución, quitar al rico para dar al pobre; esto suele ser preludio de miseria para todos, porque suele acabar reduciendo la capacidad de generar riqueza. Pero, como aprendimos en los años de la Gran Recesión, arreglar las cuentas públicas, el paro, las pensiones, la situación de los bancos o el excesivo endeudamiento en una economía decreciente es muy doloroso. Lo hicimos, pero no deberíamos tener que volver a probarlo. Y de eso quería hablar ahora: permítame el lector que enfríe un poco el optimismo macroeconómico con el recordatorio de algunos problemas que ya van siendo endémicos.

El problema principal sigue siendo el mercado de trabajo. Gracias al aumento de la demanda, se está creando empleo; esto es bueno, pero si ese es el único motor, el día en que el crecimiento se debilite el empleo empeorará. En las últimas semanas se nos ha recordado que el empleo que llamamos de calidad, o sea, contratos indefinidos con salarios altos, no sigue la senda expansiva que necesitamos. No me extraña: de alguna manera, estamos repitiendo la experiencia anterior a la crisis: crecimiento bajo de la productividad, sectores con fuerte estacionalidad, estructura de contratos que penaliza el indefinido, costes de despido altos…

Tampoco estamos haciendo frente a los problemas de largo plazo de nuestro mercado de trabajo. La demografía juega en contra, con cohortes de población más reducidas entre los jóvenes, o sea, con menos capacidad productiva, y más jubilados, o sea, malas perspectivas para las pensiones. El modelo educativo me sigue pareciendo bastante inconsistente: nos estamos separando de la primera liga mundial, que apuesta por las nuevas tecnologías y, sobre todo, por modelos de desarrollo de las capacidades de los futuros empleados -y de los que ahora ya están ocupados, porque sus deficiencias son bastante patentes-. Nos quejamos de que los salarios son bajos, pero no queremos saber por qué son bajos.

Claro que hay sectores nuevos, innovadores, creativos: pero no sabemos aprovechar su tirón para cambiar el ritmo de los demás. Vamos hacia -o mejor, estamos ya- una economía dual. Y eso es malo, primero para la sociedad y luego para la economía. Y no se arregla con una renta básica para todos, con salarios mínimos mayores o con impuestos más progresivos. El absentismo ha vuelto a subir: ¿estamos cayendo en la complacencia?

El sector público no ha cambiado mucho a pesar de una crisis honda y larga que, según decían, le afectaba muy directamente. La presión por el gasto está en la calle: todos tenemos demandas y derechos que, en definitiva, se deberían materializar en más gasto. La deuda pública sigue siendo alta, y la suma de la pública más la privada sigue dando un endeudamiento exterior demasiado alto. No pasa nada mientras el Banco Central Europeo siga comprando deuda española. Pero si la coyuntura cambia nos encontraremos con un sector público demasiado dependiente de la política europea, sin capacidad para adoptar medidas de emergencia si, por ejemplo, la demanda cae y el paro aumenta.

Y todo esto sin necesidad de mencionar la posibilidad de una nueva crisis financiera internacional (los economistas no queremos que nos pregunten otra vez por qué no nos dimos cuenta de lo que se avecinaba), ni hablar de China, Trump, el terrorismo, la geopolítica… Todo esto no son problemas, pero, si algo de esto ocurre, servirá para hacernos conscientes de esos problemas nuestros, arraigados, que no queremos reconocer. Y perdón si, con estos comentarios, he puesto una nota triste en su regreso a casa.

*Profesor del IESE