La sequía golpea la economía agraria aragonesa (reducción de cosechas y aumento de costes en la ganadería), pero además causa una regresión medioambiental que a su vez generará más sequía y más desertificación. España está ubicada en una zona muy sensible al cambio climático, cuyas evidentes consecuencias económicas y sociales ya no se pueden ignorar. El problema es muy grave, con independencia de la percepción del mismo que tenga una ciudadanía a la que no se le acaba de explicar con claridad todas las implicaciones de la actual situación.

Es más, no pocos aragoneses creen, porque así se les ha dicho una y mil veces, que la falta de agua se resuelve con infraestructuras: más pantanos, más control de los ríos, más intervención sobre la naturaleza. Pero en realidad el llamado estrés hídrico se debe a algo mucho más simple y directo: no llueve. Embalses, canales y acequias ya hay... pero están medio vacíos por la ausencia de precipitaciones y unas temperaturas en constante incremento que multiplican la evaporación.

¿Soluciones? A largo plazo. Aragón y sus principales instituciones deben convertirse ya en firmes defensores de la lucha contra el cambio climático. Se trata de una batalla global pero que nos afecta de manera especial. Si no se consigue detener el efecto invernadero y permitir la recuperación medioambiental, nuestro futuro se presenta muy negro.