Creo que la mayoría de hombres estamos pasando vergüenza a raíz del conocimiento del comportamiento sexual de nuestro género con las mujeres. Por un lado, te asalta la voluntad de minimizarlo, pensar que son unos pocos salidos. O bien emborronarlo: ellas tal vez exageran. Pero la avalancha de confesiones de los últimos tiempos no dejan escapatoria. Los hombres nos hemos comportado guarramente en temas sexuales. Creo que sí se puede generalizar. Los datos lo corroboran, una de cada tres mujeres (sí, nuestras hermanas, madres, hijas, no extraterrestres), han sufrido alguna agresión sexual en su vida. Nosotros nunca, -ojalá que sí, diría algún idiota calenturiento-.

Ahora bien, si un tercio de las mujeres han sido agredidas, quiere decir que un tercio de nosotros ha agredido. Cierto que algunos reincidentes acumulan más episodios, pero aun así se plantea un terrible dilema: tal vez nuestros padres, hermanos, amigos, han sido agresores. Y lo más escalofriante, ¿y si yo mismo lo he sido? Es posible que lo que yo consideraba cachondo a ella le molestase. Su coqueteo, ¿hasta dónde me autorizaba? ¿Mis insinuaciones eran aceptadas con complacencia, o forzaban? No hace falta maniatar a una mujer para aprovecharse de ella, hay modos muy sutiles de enredarla para buscar tu placer. Creo que es el momento de sentir vergüenza por todo el género, pedir disculpas y enmendarse. Toca reivindicar una sexualidad plena, divertida y voluntaria. Y si encima es romántica, habrás tocado al cielo.

Pero tampoco añadamos ahora un protocolo burocrático con un test para hacer el amor, baste la mutua íntima voluntad. Como dijo Aute: «El sexo es la única aventura que nos queda, el último misterio». Por eso estoy en contra de la pornografía y los programas de sexo en la tele: ¡son aeróbic genital, la muerte del sexo!».

Respecto a los machos, debemos controlar la testosterona. Aceptar que si no hay un sí, y dicho con ganas, es que es un no, rotundo, como una casa. Pues eso, para casa y una ducha fría.

*Arquitecto