Empujado por la desigualdad, el mundo avanza un paso más cada día hacia el abismo. Las cifras son escalofriantes: desde la crisis del 2008, el 1% más rico ha aumentado su patrimonio del 42,5% del total de la riqueza mundial al 50,1% actual. No importa qué país se mire, en casi todos crece la desigualdad y con ella, el populismo, el radicalismo, el nacionalismo y la violencia. Según el historiador Walter Scheidel, la desigualdad sigue el mismo patrón desde hace miles de años: «Nunca desaparece pacíficamente»; solo se reduce con un baño de sangre o un desastre brutal y vuelve a crecer en cuando hay paz y estabilidad.

La desregulación financiera iniciada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher a principio de los 80 es el primer desencadenante de la concentración de capital y de la ira que crece en los ciudadanos que, aún pacíficos pero en plena contradicción, votan a quienes intrínsecamente odian al tiempo que veneran como símbolo de la riqueza que no podrán alcanzar. La última en la frente ha ocurrido en Praga, donde el presidente Milos Zeman, ha encargado formar Gobierno al multimillonario Andrej Babis, quien en octubre logró el 29% de los votos en las elecciones generales, con una campaña que hacía bandera de la lucha contra la corrupción mientras él mismo era investigado como presunto corrupto.

Desregulación, corrupción, crimen organizado, drogas, armas y paraísos fiscales nadan en las turbulentas aguas de la desigualdad y se alían contra la inmensa mayoría de los ciudadanos, que desorientados por el miedo a perder lo poco que tienen se echan en brazos de magnates como Donald Trump o el recién elegido presidente de Chile, Sebastián Piñera, con la esperanza de que ellos, que tienen tanto, detengan la debacle de la desigualdad, aunque las pruebas evidencien que solo echan más gasolina al fuego. Según el relator de Naciones Unidas en pobreza extrema Philip Alston, la reforma fiscal de Trump amenaza con convertir «EEUU en el país más desigual del mundo» y en explosiva su situación interna.

Según el Banco Mundial, la desigualdad alcanza cotas alarmantes cuando sobrepasa el 0,4 del coeficiente de Gini, en el que el cero es igualdad total y el uno, desigualdad total. Solo un puñado de países de Europa, Oceanía y Canadá no lo sobrepasan, pero el resto hace tiempo que emprendió la carrera de la catástrofe. Más del 70% de los adultos del planeta tienen menos del 3% de la riqueza, mientras que los individuos más ricos -los que poseen más de 100.000 dólares en activos sin incluir la primera residencia ni bienes de consumo-, que suponen el 8,6% de la población mundial, poseen el 85,6% de la riqueza. La clase media, la gran estabilizadora, mengua en Occidente y apenas llega a consolidarse en muchos países en vías de desarrollo.

En España la brecha entre ricos y pobres no ha parado de crecer desde el 2008. El pasado noviembre la Comisión Europea tuvo que llamarle la atención por la situación «crítica» alcanzada. En la Europa social ha sido relegada al último escalón, junto a Bulgaria, Rumania, Lituania y Grecia. En China, donde el Gobierno ha sacado de la pobreza absoluta a 800 millones de personas en menos de 40 años, el presidente Xi Jinping se ha comprometido a erradicarla para el 2020. Según los datos oficiales, aún quedan 43,35 millones de chinos con ingresos anuales inferiores a 2.300 yuanes (306 euros). Esta cifra, sin embargo, no es lo alarmante, sino los cientos de millones de chinos que malviven con salarios de miseria frente al enriquecimiento desmesurado de una minoría.

La revista Hurun afirma que en el 2017 China superó a EEUU en número de milmillonarios en dólares: 568 frente a 535. El despegue económico y la corrupción se aliaron para convertir el país en uno de los más desiguales del mundo, con un coeficiente de Gini que llegó al 0,491 en el 2008. Los esfuerzos desplegados permitieron una reducción paulatina hasta 0,462 en el 2015, pero volvió a subir empujado por la pobreza relativa. El 1% de los hogares más ricos de China poseen el 33% de la riqueza nacional, mientras que el 25% de los más desfavorecidos apenas alcanzan el 1%.

La creciente violencia que azota EEUU encuentra terreno abonado en la desigualdad. La elección de Trump es el fruto más palpable de la ceguera que provoca la ira. Es tan irracional como la del checo Babis.

Desafiar la tesis de Scheidel y evitar el abismo de otra sangrienta revolución mundial requiere frenar el escandaloso poder de las grandes corporaciones, luchar contra el secreto bancario, los paraísos fiscales y la corrupción, una nueva regulación financiera, voluntad política y liderazgo honesto. Con populismos, nacionalismos, radicalismos y votos a ciegas solo acrecentamos la desigualdad y pavimentamos el camino de la violencia.

*Periodista.