Si tengo la suerte de poder contar con algunos lectores de esta columna quizá ya sabrán que tengo desde hace años una viva admiración por la canción francesa. No solo por la calidad de los cantantes sino también por la singularidad de las letras que decían cosas, entroncadas con diversos aspectos de la vida. Ahora, cuando abro unos libros que han recogido algunas de estas canciones me siento seducido por lo que dicen. Las palabras y las ideas no pertenecen solo al mundo de la literatura. Transcribo unos fragmentos, convencido de que el lector será sensible a las palabras, aunque es imposible hacer llegar el ritmo de la canción.

Dice Jacques Brel: «Tenemos que aprender a mirar lo bello, cielo gris o azulado, la chica que está en el borde del agua, el amigo que nos es fiel, el vuelo de una golondrina, la barca que vuelve a puerto. Tenemos que saber escuchar al pájaro en el fondo del bosque, el rumor del verano, las tiernas palabras de las madres, el rumor de la tierra que se duerme suavemente... ». Una canción que oí mucho y me pacificaba delicadamente. No, los gritos no tienen melodía. Los gritos solo quieren penetrar, impulsados ??por la fuerza de los pulmones. «¡Qué gritos dais!». También hay gritos de alerta, es verdad, y de entusiasmo pero los gritos no ondulan como una canción. Pueden atacar y pueden salvar. A los niños y las niñas se les debería enseñar a no gritar. Pero los adultos gritones es difícil que se corrijan. A menudo no son conscientes de que gritan... «¡Si no grito!», dicen gritando.

*Escritor