Como cada año, durante estos días se realizan numerosos actos para recordar a los millones de víctimas del Holocausto. Víctimas de todas las edades y condición que fueron perseguidas y asesinadas como consecuencia de una planificación política, perversa y cruel, cuya finalidad última era la de eliminar cualquier grupo social considerado como un peligro para la supuesta pureza de una raza que, con su dominio totalitario y excluyente, se consideraba superior.

La barbarie, en aquellos años treinta del pasado siglo, se extendió por el viejo territorio de Europa y lo que empezó siendo la osada aventura de grupos minoritarios extremistas, en pocos años se convirtió en una oleada de odio, destrucción y muerte que alcanzó niveles de proporciones inimaginables y que aún nos asombra en la actualidad. Para conseguir sus propósitos, los nazis pervirtieron todas las estructuras de poder del Estado que fueron utilizadas -no sólo en Alemania- para llevar a cabo su política de exterminio.

Afortunadamente, los nazis y sus aliados -salvo la vergonzante supervivencia del régimen franquista en nuestro país-fueron derrotados en el campo de batalla y de aquellos millones de personas, condenadas a morir en las fábricas de la muerte diseminadas por el amplio territorio del Reich, algunos lograron llegar vivos al final de la Guerra Mundial para empezar a rehacer sus vidas sobre las ruinas de la vieja Europa que les había abandonado a su suerte. Pero con la liberación de los campos no se acabó su sufrimiento: familiares, amigos, conocidos y vecinos habían desaparecido, su misma vida había sido despreciada y su propia supervivencia era consecuencia, a veces, de la inteligencia o de la casualidad, también de la solidaridad y, sobre todo, de la suerte. El recuerdo del horror cotidiano que habían presenciado les acompañó durante su vida y, traumatizados por la experiencia, a muchos de ellos les quedó un sentimiento de culpabilidad. Algunas de estas personas no pudieron adaptarse a la nueva vida que se les presentaba de forma tan contradictoria y acabaron suicidándose, convirtiendo su desesperación personal en la postrera victoria de quienes habían planificado su desaparición.

No es menos cierto que estos hombres y mujeres, que habían recuperado la libertad casi ya sin esperanza, se juramentaron comprometiéndose para que NUNCA MÁS algo similar pudiese ocurrir de nuevo. Hubo quienes empezaron de inmediato a explicar su amarga y dolorosa experiencia en los diferentes estadios de la persecución y la deportación. Su testimonio fue clave en los juicios posteriores que se hicieron a algunos responsables y el mundo pudo tener un conocimiento exhaustivo de la sinrazón que había imperado durante el dominio nazi. Pero no todos fueron capaces de superar los traumas y mantuvieron en silencio su memoria para siempre. Otros, sin embargo, no se atrevieron a hablar durante décadas hasta que un día decidieron explicar sus recuerdos y hacerlos públicos, poniéndolos al servicio de sus conciudadanos.

Como una de las consignas de este año, para rememorar a las víctimas del Holocausto, es la del poder de las palabras, queremos reivindicar, una vez más, los testimonios de las víctimas recogidos a lo largo de las décadas transcurridas desde 1945. Para nuestro entorno más inmediato, el conocimiento y difusión de los testimonios de nuestros deportados y deportadas supervivientes -defensores de los valores republicanos y primeros luchadores antifascistas en España y posteriormente en Francia- es una permanente obligación para conocer sus trayectorias, el entorno social en que vivieron y las características de su infierno personal. Sus palabras de testimonio se han convertido, ya, en un preciado patrimonio inmaterial, que debemos conocer, preservar y difundir, para acercarnos al drama colectivo que supuso la deportación y el exterminio, y como advertencia permanente de los riesgos potenciales ante situaciones políticas que puedan ir en contra de los Derechos Humanos individuales y colectivos.

Sirva como ejemplo la carta -avalada por varios supervivientes de diferentes nacionalidades- que el Comité Internacional de Mauthausen ha dirigido, recientemente, al presidente y al canciller austríacos manifestando su extrema preocupación por determinadas declaraciones políticas, de carácter xenófobo, sobre el destino de refugiados o emigrantes:

Europa ha puesto a un lado las lecciones de los terribles momentos del siglo XX. Muchos europeos, tanto en Europa oriental como occidental, han sido refugiados durante ese siglo. Esta Europa cierra los ojos ante el peligro del auge de los grupos de extrema derecha y neonazis. En lugar de construir puentes, Europa está construyendo muros. Los principios de humanismo y el derecho internacional requieren que Europa y la comunidad mundial ayuden a los refugiados, en lugar de perderse en disputas y palabrerías.

Un aviso, pues, de las víctimas de entonces, advirtiéndonos de los peligros actuales. Su compromiso se ha mantenido firme y sólo es nuestra la responsabilidad de que sus palabras -de nuevo sus palabras- sirvan para comprometer nuestra conciencia y no quedar atrapados por la indiferencia.

*Historiador. Amical de Mauthausen