Cuando se creó el Banco Central Europeo, rector de la política monetaria del euro, se acordó que tres de los seis miembros de su poderoso ejecutivo pertenecerían a uno de los tres grandes países de la zona -Alemania, Francia e Italia-, otro preferentemente correspondería a España, y los dos restantes serían de libre elección de los gobiernos europeos. Y este pacto sagrado se ha respetado siempre. Así en el 2011, cuando el francés Jean-Claude Trichet fue sustituido en la presidencia del BCE por el italiano Mario Draghi, su compatriota Lorenzo Bini Smaghi dimitió de forma casi automática para que Italia no tuviera dos miembros y Francia no se quedara sin ninguno.

Por eso siempre hubo un español en el ejecutivo del BCE. Primero fue Eugenio Domingo Solans y luego José Manuel González-Páramo. Sin embargo, en julio del 2012 se rompió esta norma y González-Páramo, un respetado experto en política monetaria que había estado antes en el Banco de España y hoy está en el consejo del BBVA, no fue relevado por otro español sino por Yves Mersch, gobernador del Banco de Luxemburgo. ¿Por qué? El Gobierno del PP siempre ha dicho, en voz baja, que la España de entonces -al borde del rescate- no generaba confianza, pero el argumento pierde fuerza si vemos que Italia -con más deuda pública y en una situación también delicada- había conseguido poco antes nada menos que la presidencia del BCE para Mario Draghi. Lo que pasó es que el Gobierno del PP, recién elegido con mayoría absoluta, se comportó con prepotencia y exigió que el cargo fuera para Antonio Sáinz de Vicuña, director jurídico del BCE y sin los conocimientos requeridos de política monetaria.

Entonces se dijo que Vicuña estaba muy ligado al PP y que Rajoy y Guindos habían rechazado la oferta de mantener el puesto a España si el candidato era o David Vegara o José Manuel Campa, secretarios de Estado de Pedro Solbes y Elena Salgado. Para el BCE, Vegara y Campa eran solventes economistas españoles. Para el Gobierno del PP, exaltos cargos de Zapatero que más valía apartar de la circulación. Así España ha estado ausente hasta hoy de la ejecutiva del BCE, lo que fue especialmente grave en los críticos momentos del 2012 y el 2013.

Las cosas han cambiado. Draghi acabó con la inquietud de los mercados y ha reanimado la economía europea. España -y Guindos ha tenido un papel- ha mantenido una política económica responsable y, de las grandes, es la economía europea que más crece. Además el Gobierno Rajoy ha ganado experiencia y aprecio en Europa. Y Guindos comprobó que la UE no era una asignatura fácil cuando en el 2014 se prefirió (contra él) a un holandés para presidir el Eurogrupo porque, en el reparto europeo, el cargo tocaba a los socialistas. Por eso hace poco, Guindos no se opuso sino que apoyó el ascenso del socialista portugués Mário Centeno a la presidencia el Eurogrupo. Quería asegurarse así cierta benevolencia de los socialistas europeos a su intención de ser vicepresidente del comité ejecutivo del BCE.

Guindos quiere ir al BCE por dos motivos. Uno, el deseo de salir en un buen momento -con la economía creciendo al 3% y por la puerta grande- del Gobierno del PP. Rajoy le aprecia como buen macroeconomista, pero como liberal -y no militante activo del PP- no está cómodo con las posiciones más arbitristas de Cristóbal Montoro y otros ministros. Y el BCE es un cargo a largo plazo y, al contrario que la presidencia del Eurogrupo que va ligada a la condición de ministro, le permite (casi le obliga) a alejarse de la política española.

Otra cosa es si Guindos es la persona más idónea para el BCE. No es un gran experto monetario, como la mayoría de la ejecutiva del BCE, pero sí un sólido economista y su gestión ha sido exitosa según los parámetros europeos. Los inconvenientes son dos. Uno, el aterrizaje de un ministro en el Ejecutivo de Fráncfort puede ser la entrada de un elefante en una cacharrería y limitar la imagen de independencia que necesita el BCE. Otra es que en Fráncfort el patrón indiscutible es el presidente (Mario Draghi o su sucesor) y los otros cinco miembros callan más que hablan. Y la llegada de Guindos forzará a España a respaldar al alemán Jens Weidmann a la presidencia del BCE en el 2019.

Guindos es buena apuesta (quizá no la mejor) pero en el BCE es necesario estar. Por eso el PSOE se equivoca al oponerse con un planteamiento partidista, cercano al del PP en el 2012. En España, los intereses nacionales en Europa, unen menos que en otros países.

*Periodista