Me da envidia esa gente que solo ha sabido de la crisis por las noticias. O porque le ha tocado a algún familiar o ser querido, porque la lotería diabólica del paro y las angustias económicas han afectado a un porcentaje altísimo de la población. Me da envidia esa gente, digo, que en lo peor de la crisis seguía diciendo que muchos habían vivido por encima de sus posibilidades. Pensando que ellos, que conservaron casa y empleo, lo hicieron bien porque fueron listos, más que la mayoría. Y ahora que dicen que la crisis se ha acabado, se felicitan pensando que no ha sido para tanto, la verdad. Pero están muy equivocados, porque esto está lejos de terminar. Miren alrededor. Los que consiguen salir a flote dan gracias por cada contrato precario. Los que tenían una seguridad, ahora cuentan con los dedos los días que sumarán para ver si pueden rascar un mes de paro y aguantar un poquito más. Y los jubilados, esa enorme masa social, afrontan otro invierno con el radiador apagado, sin poder tomarse el café de la tarde con los amigos, buscando el pan más barato en el supermercado low cost. El pan, ese placer para la gente mayor. Todos tenemos ahora más miedo que hace diez años, porque a eso nos han reducido. Sin embargo, los jubilados ya tienen muy poco que perder. Si aguantaron a pulso su economía y la de sus hijos a lo largo de la crisis, es que son unos titanes. Y esos titanes se han puesto en pie. Que tiemble Rajoy, y que tiemblen los demás políticos: los mayores han visto demasiado como para volverse a dejar engañar.

*Periodista