Al Gobierno se le nota inquieto, y hasta diría que desconcertado, ante la aparición de nuevos frentes de malestar social que van surgiendo en la sociedad española desde sectores hasta ahora poco proclives a movilizarse autónomamente, como los pensionistas y las mujeres. La semana pasada los pensionistas sorprendieron al Gobierno con manifestaciones multitudinarias contra lo que consideran casi una humillación: un aumento del 0,25 % de las pensiones. La movilización fue autónoma, al margen de los sindicatos, de organizaciones políticas y de las redes sociales. La sorpresa del Gobierno se hizo notar en las palabras de la ministra Fátima Báñez al decir que no hay motivos para esas convocatorias dado que, a su juicio, no ha habido pérdida de poder adquisitivo de las pensiones. Algo que en el sentir de muchos pensionistas vino a añadir a la humillación, afrenta.

El otro frente inesperado de malestar ha venido de las mujeres. Se están movilizando para llevar a cabo una huelga general femenina el 8 de marzo. En este caso, a la sorpresa, el Gobierno ha sumado desconcierto. Si atendemos al argumentario que está manejando para deslegitimar la huelga, no lo comprende. La convocatoria es también al margen de organizaciones sindicales y partidarias. El motivo principal también es distributivo: la brecha salarial con los hombres (una media del 23%) a igual trabajo.

El Gobierno no entiende que sea ahora, cuando la recuperación de la economía trae la expectativa de mejora social, cuando explote el malestar de los pensionistas y las mujeres. Permítanme explicarlo con la metáfora del efecto túnel que utilizó el gran economista y politólogo norteamericano de origen germánico Albert O. Hirsman para explicar los cambios repentinos que se producen en la tolerancia social a la desigualdad en los procesos de crisis y crecimiento.

IMAGINEN QUE vamos conduciendo a buena velocidad por una autovía de dos carriles. Al entrar en un largo túnel la circulación se para. Estamos fastidiados, pero viendo que todos están en la misma situación nos resignamos, apagamos el motor y esperamos. Después de un rato, los conductores del carril de la derecha comienzan a moverse, primero despacio y después más rápido. Aunque nosotros seguimos parados nuestra expectativa es que pronto también podremos movernos. Ilusionados por esta expectativa, ponemos el motor en marcha y esperamos que nuestro carril comience a circular. Pero el tiempo pasa y seguimos parados. Y no solo eso, algunos conductores del carril de la derecha al pasar nos hacen algún gesto de burla. Decidimos pasar a la acción. O todos o nadie, pensamos, y cruzamos nuestro coche en la autovía.

Esta metáfora interpreta bien lo sucedido a partir de la crisis del 2008. Tras unos años de crecimiento eufórico, la crisis significó entrar en un largo túnel de estancamiento. A la salida, vemos que unos pocos les va bien mientras la mayoría permanece aún en la cuneta del paro, del empleo precario y de la falta de ingresos y oportunidades.

Como nos cuenta esta historia, el malestar social no explota en los momentos más intensos de las crisis económicas, sino cuando las economías se recuperan y se evidencia que esa mejora no beneficia al conjunto de la sociedad. Es en ese momento cuando se produce un viraje en la tolerancia de la sociedad a la desigualdad. Dado que, por primera vez desde la posguerra mundial, el crecimiento económico no viene acompañado de salarios y progreso social, quizá a los pensionistas y a las mujeres les seguirán otros colectivos.

LA IRA DE LOS colectivos precarizados se ve acentuada por el darwinismo social que defienden las élites: piensan que la pobreza de los que se quedan atrás es la consecuencia inevitable de su incapacidad para la lucha por la competitividad y la excelencia. Creen que los gobiernos no deben interferir en esa lucha darwinista. Al contrario, que deben facilitarla con «reformas sociales estructurales». Este credo es realmente cruel. Y rompe la cohesión de la sociedad.

Como hace ahora un siglo, vivimos una época revuelta. De nuevo, los errores de los gobiernos y de las élites no presagian nada bueno. En este escenario, las movilizaciones que estamos viendo posiblemente son la vía para implementar reformas sociales progresistas que permitan construir un nuevo ‘contrato social’ con el que volver a reconciliar crecimiento económico, progreso social y democracia.

*Catedrático de Política Económica