Ese es el título de una famoso libro de Hannah Arendt en el que da cuenta del juicio a un genocida nazi en Jerusalén en 1961 y donde desarrolla su tesis de la banalidad del mal, la consideración de que el mal no tiene por qué estar aparejado a individuos perversos, sino que, en ocasiones, no es sino el resultado de la aceptación de la lógica perversa de un sistema, en este caso el nacionalsocialista. El libro resultó extremadamente polémico. Por un lado, porque Arendt sacaba a la luz la colaboración de ciertos sectores judíos con las autoridades nazis, por otro porque se entendió que el planteamiento de Arendt podía eximir de responsabilidad a Eichmann.

En todo caso, Eichmann era la imagen de un sistema terrible, responsable de la muerte de millones de seres humanos. Judíos, eslavos, comunistas, republicanos españoles, gitanos, discapacitados, fueron víctimas de la locura nazi. Y por ello, merecen nuestra memoria. Y, desgraciadamente, Eichmann ha vuelto a Jerusalén, bajo la paradójica imagen el gobierno israelí de Netanyahu y la complicidad de unos Estados Unidos empeñados, de la mano del nefasto Trump, en enzurizar todavía más el avispero que nunca ha dejado de ser Oriente Medio.

Produce verdadero desasosiego comprobar la voluntad, compartida por EEUU e Israel, de desestabilizar más si cabe la zona. A la extremadamente delicada situación en Siria, donde rusos y norteamericanos reeditan tensiones del pasado, Trump y Netanyahu añaden las injustificadas provocaciones hacia Irán, dado que, como constatan los analistas internacionales y la propia Unión Europea, este país sigue respetando los acuerdos nucleares firmados; y, en los últimos días, el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén, hecho este último que está en el origen de las protestas palestinas, cuando se produce el 70 aniversario de la imposición en la zona del estado de Israel, y de la brutal y genocida represión del gobierno israelí.

El gobierno de Netanyahu es un gobierno genocida y represor, que ha convertido, ante la pasividad del mundo, Palestina en una gran cárcel amurallada, en un campo de concentración gigantesco en el que las autoridades israelíes han decidido que poseen derecho de vida y muerte. Como en los terribles ghettos judíos, los palestinos sufren miseria, hambre y represión. Y si protestan, armados de piedras, son arrasados a sangre y fuego por la maquinaria genocida de Netanyahu, que en su delirio fascista ha llegado a declarar que «los métodos no letales no funcionan en Gaza». Toda una declaración de intenciones de lo que espera al pueblo palestino, una vez más al pie de los caballos.

Seguro que, ante estas palabras, los de siempre saldrán, desde la estulticia o la complicidad, a tachar mis argumentos de antisemitas. Nada más lejos de la realidad. Lo que aquí se critica es el perfil genocida, fascista, del gobierno de Netanyahu, un fascismo que seguro repugna a muchos judíos demócratas, como los pertenecientes a numerosas organizaciones israelíes defensoras de los derechos humanos, unos derechos humanos pisoteados por el nuevo Eichmann instalado en Jerusalén. Afortunadamente, Netanyahu no es el pueblo judío.

Aunque solo fuera por su propio interés, por su propia seguridad, por egoísmo, Europa debiera denunciar con contundencia lo que sucede en Palestina y sancionar inmediatamente al gobierno de Israel. La irresponsable política de EEUU e Israel generará más odio, radicalizará todavía más a una población palestina cuyo futuro no va más allá del muro que le impide ver el horizonte. Netanyahu y Trump solo están interesados en sembrar odio. La cosecha puede resultar terrible.

Eichmann se ha instalado en Jerusalén. Esta vez no para ser juzgado, sino para imponer su ley al pueblo palestino.

*Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza