Pensaba que llegaría agosto y en el Ayuntamiento de Zaragoza nos darían una tregua en sus desvaríos. Pero no. El equipo de Pedro Santisteve insiste e insiste en su veto al resto de los partidos en las sociedades municipales, y mientras la ciudad permanece paralizada. Si el alcalde se diese una vuelta por las calles se daría cuenta de la suciedad que acumulan, de que el asfalto necesita un repaso y los árboles una poda. El abandono es total, aunque en la plaza del Pilar no se note. Los de Zaragoza en Común viven tan ensimismados en su guerras internas, en los conflictos con el resto de grupos, y en sus luchas estériles contra los poderes fácticos y mediáticos que se han olvidado de que lo que tienen que hacer es gobernar. El alcalde sigue sin entender que en democracia las mayorías son las que ganan y que él tiene nueve concejales. El Estado ha recurrido leyes de Aragón siempre, independientemente del color de los gobiernos: la de aguas, por ejemplo, o la de emergencia ciudadana en varios de sus artículos. Y era lo lógico con la de capitalidad teniendo un informe en contra del Consejo de Estado. La pataleta de Santisteve culpando a la DGA del recurso es fruto más de la desesperación que del análisis sereno de la situación. De verse superado por las circunstancias; de saber que su única salida es deshacer el entuerto de las sociedad. Es decir, rectificar. Uno pasea por Zaragoza y tiene la sensación de que Santisteve y su equipo han abandonado la ciudad para dedicarse solo a ellos mismos, a sus cuitas. Al reverso de la política.

@mvalless / periodista