Cada vez es más complicado distinguir entre realidad y ficción. Uno, por ejemplo, podría vivir encerrado en casa, leer el Twitter del Ayuntamiento de Zaragoza y pensar que en la última semana no ha habido tormentas, y que de haberlas apenas se han dejado notar. Pequeñas incidencias. O uno puede escuchar a los líderes del PP y pensar que una horda de africanos intenta asaltar la gloriosa tierra hispánica. O que te regalen un máster es lo corriente; en todo caso algo sin relevancia. O incluso, porque es verano y tenemos tiempo libre, podemos hacer caso a lo que dicen desde Ciudadanos y llegar a la conclusión de que las calles de Madrid se hallan invadidas de peligrosos manteros. Cabe la posibilidad, porque estamos aburridos, de leer el Twitter de Echenique, en el que el mundo se divide en lacayos, oprimidos, corruptos, evasores fiscales, matones de colegio, grandes corporaciones... Para todo tiene un adjetivo este hombre. Uno puede creerse una, todas o ninguna de estas realidades, todas ellas distorsionadas, panfletarias, perversas al fin y al cabo. Y en medio del debate rápido, de la prisa no caer en la cuenta de que ser ciudadano implica una responsabilidad crítica, una cierta distancia cósmica, que nos permita discernir entre realidad y ficción, entre verdad, mentira y burda manipulación. No existe eso de la posverdad. Existen los asaltos masivos a nuestra realidad con mentiras; la invasión de manipulaciones, y la caída, cual árboles en el parque Tío Jorge, de miles de mensajes tendenciosos y falaces.

@mvalless / Periodista