Opinión | Tercera página

Cuarenta años de democracia constitucional

El próximo presidente mexicano lleva idea de dar un volantazo al país como el de la España del 78

En principio, no pensaba escribir nada sobre el 40 cumpleaños de la Constitución española, pero he cambiado de opinión después de haber asistido a un Congreso sobre Educación Preescolar en la ciudad de Monterrey (México). Dicho congreso comenzó con el homenaje a la bandera nacional. A continuación, se solicitó que todos los asistentes se pusieran en pie, ya que iba a comenzar a escucharse el himno nacional. Como es lógico, todo el mundo obedeció y permaneció con la mano en el pecho durante el tiempo en que el himno sonaba por los altavoces. A su vez, un grupo de miembros del comité organizador de dicho congreso, pertenecientes al Partido del Trabajo (antiguo partido comunista), que gobernará México en coalición a partir del próximo uno de diciembre, escucharon el himno nacional con el puño levantado.

Si he reseñado ese emotivo acto no es por el simbolismo del mismo, sino porque me ha parecido relevante comparar la actitud de un partido político mexicano de extrema izquierda, como es el Partido del Trabajo, con la de los partidos políticos españoles con semejante ideología. Los miembros de ese partido no tienen ningún complejo en reconocer públicamente su identificación con la bandera y con el himno nacional, en tanto que símbolos que representan a toda la ciudadanía mexicana, mientras que en nuestro país ocurre todo lo contrario. Es bien conocido que en España quienes se identifican públicamente con esos dos símbolos nacionales son tildados de fascistas por los gerifaltes de la nueva izquierda.

El otro hecho que quiero reseñar tiene mucha más relación que el anterior con la conmemoración de los cuarenta años de la Constitución Española. La segunda jornada de dicho congreso fue clausurada por el señor López Obrador, quien será el próximo presidente de México a partir de su toma de posesión el día uno de diciembre, después de haber obtenido mayoría absoluta como líder de una coalición de partidos de izquierda, siendo uno de ellos el Partido del Trabajo. Al terminar su brillante intervención, en la que destacó que lo que va a suceder próximamente en ese país no es un simple cambio de gobierno sino un cambio de régimen, salió a la puerta del recinto donde se celebraba el mencionado congreso, donde permaneció un rato dejándose ser fotografiado con quienes se lo pedían. Yo me encontraba en ese lugar fumándome un cigarrillo y un diputado electo por esa coalición me lo presentó. Nada más saber que yo era español, el futuro presidente mexicano aludió a lo beneficioso que había sido para España disponer de una Constitución estable durante cuarenta años. Antes de que yo le expusiera mi opinión al respecto, me hizo saber que lo que él pretende es un cambio de régimen semejante al que se produjo en España después de la muerte de Franco y que para poder aprobar esa nueva Constitución de México le gustaría seguir una hoja de ruta más o menos parecida a la que se siguió en nuestro país durante la transición de la dictadura a la democracia.

Yo traté de exponerle que, desde mi punto de vista, la aprobación de la Constitución del 1978 había tenido defectos muy trascendentales para el devenir español en estos últimos 40 años, tales como la inclusión en la carta constitucional de un monarca que había sido impuesto por el dictador sin haber sido sometida su aprobación a un referéndum previo, o la creación de diecisiete gobiernos regionales que solo han servido para lograr la ruptura de la unidad nacional y para gastar miles de millones destinados al pago de las abultadas nóminas de centenares de políticos improductivos, en lugar de invertir ese dinero en programas sociales.

Yo pensaba que, al ser el líder de una coalición de partidos de izquierda (desde la más extrema hasta la socialdemócrata) estaría de acuerdo con mis planteamientos críticos a nuestra carta constitucional, pero no fue así. Sin dudarlo ni un solo minuto, aludió a la suerte que habíamos tenido los españoles de contar con una monarquía respetuosa al cien por cien con los principios democráticos y, sobre todo, por el hecho de que nuestra transición fuera pilotada por un personaje como Adolfo Suárez. Intenté obtener su opinión sobre la distribución política española en dieciocho reinos de taifas, pero no me fue posible, ya que el séquito que lo acompañaba lo trasladaron a otro acto protocolario.

Si he descrito estas líneas ha sido con el propósito de que los lectores y lectoras de este artículo puedan constatar la diferencia existente entre los políticos de la izquierda mexicana y los de la izquierda española.

*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza

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