Uno de los libros que más me cambió a lo largo de mi vida lectora fue Maternidad y creación. Entonces todavía no se había traducido El nudo materno, de Jane Lazarre, y solo le había leído el fragmento que aparecía en la edición de Moyra Davey, publicado por Alba. En él, dos mujeres se encontraban en una comunidad de vecinas. Y cuando digo que se encontraban me refiero a que, entre tanta hostilidad, entre tanta competición, entre tanta incomprensión y, sobre todo, entre tanta expectativa (propia y social), se daban margen para ser humanas, se comprendían, se escuchaban y se ayudaban. Lo que hoy en día podemos comprender con una sola palabra: sororidad. En el fragmento de El nudo materno, un grupo de mujeres se organizan, empiezan a verse de forma regular, comparten sus inquietudes, se confiesan cosas incontables y se muestran tal como son en un espacio de confianza y de respeto entre todas. Algo que no sería tan extraño si, como digo, la hostilidad en la que se ven envueltas las mujeres fuera tan fuerte. A finales del año pasado encontré mi comunidad de vecinas. Un grupo de mujeres que se respetan, bromean, intercambian experiencias y temores, se escuchan y apoyan, se alegran de las alegrías y ofrecen su hombro con las penas. Y no se juzgan. Es un grupo organizado, como el que describe Jane Lazarre. Este 2019 es nuestro año porque cuando una mujer encuentra ese espacio de confianza y respeto que la aísla, durante el tiempo suficiente, de la hostilidad exterior, se empodera. Y las mujeres empoderadas cambiaremos el mundo. Estoy convencida de ello. H *Periodista