El rechazo de Vox al feminismo sorprende porque aparentemente le aleja de una parte sustancial del electorado, pero sintoniza con un sector importante de la sociedad: la idea de que el feminismo quiere sustituir el dominio del hombre por el de la mujer, según el CIS, la compartirían el 21% de los hombres y más del 14% de las mujeres. Y es una mujer quien abandera este mensaje en Vox, Rocío Monasterio, orgullosa de que su tío bisabuelo cruzara cartas con la precursora del feminismo Concepción Arenal («De niña mis padres me dieron a leer sus libros antes que Caperucita Roja», afirma). La causa de la beligerancia extrema que Vox y otras formaciones homólogas europeas manifiestan contra el feminismo radica en que este, con el control de los derechos reproductivos por la mujer y su libertad sexual, cuestiona la piedra angular de la concepción social del partido: el rol femenino de madre y esposa.

El papel esencial de la mujer (aunque tenga carrera profesional), para la extrema derecha es dar vida y garantizar la continuidad de la patria. De hecho, el lema de Vox es la España viva, lo que asimila la patria a un ente vivo que renace y pone la natalidad de forma implícita en el corazón de su mensaje. En un Occidente en declive demográfico tal cuestión es decisiva, por lo que la ultraderecha reivindica la familia heterosexual como pilar social y limita severamente el aborto. Ya en 1996, el ultraderechista francés Jean-Marie Le Pen fue claro sobre el vínculo entre mujer y patria: «Es ridículo pensar que el cuerpo les pertenece [a las mujeres], pertenece al menos tanto a la naturaleza como a la nación», manifestó. A la vez que la extrema derecha lamenta esta caída de la natalidad, atribuye una virilidad agresiva al que presenta como enemigo de la nación, el «inmigrante invasor». Este es retratado como un doble violador: de mujeres y de fronteras. De ese modo, el Movimiento por una Hungría Mejor [Jobbik] advierte de que el inmigrante es el «violador de la nación». Y aunque este sector político puede ser gay friendly, rechaza el matrimonio homosexual, como Vox. Así, su líder, Santiago Abascal, ha apuntado que «hay muchas personas homosexuales» en su partido que «piensan lo mismo» del tema.

En este escenario, no sorprende que la extrema derecha combata al llamado feminismo de la segunda ola. Este irrumpió en los años 60 y no se centra tanto en desigualdades legales de género como en la opresión cotidiana, por lo que reivindica la libertad sexual y quiere abolir el heteropatriarcado. Tales premisas son un misil a la visión social de la extrema derecha, de ahí su reacción defensiva. Por ejemplo, Monasterio denuncia el feminismo como «doctrina totalitaria» o «supremacista». Este rechazo se asocia a la exaltación de las libertades y derechos de la mujer en Occidente, subrayando su contraste con el mundo musulmán. Tal mensaje, como destaca el politólogo Sylvain Crepon, persigue mostrar que la situación de la mujer en Occidente no se explica por luchas feministas, sino por la supuesta capacidad de la cultura de raíz cristiana para progresar ante un islam presentado como retrógrado. No deben sorprender, pues, las alusiones de Vox a Covadonga, la Reconquista o la de su secretario general, Javier Ortega, en el Parlamento Europeo, que enfatizó que «sin las Navas de Tolosa, la batalla de Lepanto y Carlos V, creo que todas las señoras que están en esta sala vestirían el burka». Por su parte, Monasterio equipara la tiranía sobre la mujer que atribuye a un islam despótico con la que ejercería el «feminismo supremacista», al querer «amordazar» a la mujer con un «burka ideológico». Y afirma que este último «nunca critica a las manadas magrebís o al islam que somete a las mujeres». Desde tal óptica, islam y feminismo irían de la mano en su afán de someter a la mujer a dictados totalitarios.

En sintonía con este ideario, Vox reclama la «protección de la familia natural que la reconozca como institución anterior al Estado» y una política de ayudas a la natalidad que recuerda a la del ultraconservador Ejecutivo polaco. Asimismo, su afán de sustituir la ley de violencia de género por otra de «violencia intrafamiliar» que diluya su importancia parece un eco de la retórica del reaccionario Gobierno húngaro, que asocia «políticas de la mujer» con «políticas de familia» y la condición de mujer con «maternidad».

En definitiva, Vox refleja el poderoso movimiento de rechazo que encarna la ultraderecha actual, de los que el antifeminismo es un puntal.

*Historiador y profesor