Me encuentro en una edad escandalosa: estoy dejando atrás los 92 años y voy camino de los 93. He recorrido muchos caminos cuando hacía mis viajes a pie. Pero eran unos caminos que me llevaban a pueblos llenos de vida y a paisajes estimulantes.

Ahora el camino en el que me encuentro es otra historia muy distinta. No me esperan ni un pueblo con un café ni un banco para descansar.

Ahora miro hacia atrás y veo qué ha pasado. He publicado más o menos 90 libros y aproximadamente 11.000 artículos. Esto completa una suma que ahora me parece imposible, por no decir escandalosa.

Muchos de mis lectores habituales ya se han muerto, y hace falta tener mucha esperanza, o mucha vanidad, para pensar que me han de leer las nuevas generaciones.

Cuando la supervivencia de alguien se alarga es mucho más fácil pasar de viejo o antiguo a anticuado.

Francamente me resulta imposible, o terriblemente pretencioso, pensar que pueda ser leído por tres generaciones. En otros tiempos la curiosidad era más lenta, y más concentrada. Ya ha fracasado aquel antiguo consejo: Despacito y buena letra.

Muchos de mis lectores ya han muerto. Pero la fidelidad de los que me recuerdan hace que aún me sienta vivo.

Con todo, los recuerdos son frágiles. Alguien dijo -no tengo a mano quién era el autor, solo el texto- una frase muy literaria y seductora sobre la memoria: «¿Qué es el recuerdo? Una campana que resuena en el valle profundo del olvido». Pero también hay algunos recuerdos que quieren hacerse presentes. A veces, demasiado.

Los recuerdos habitan en nuestro cerebro y a veces son intrusos que no podemos excusar. Hasta que puede llegar el momento en que la memoria ya se ha cansado de vivir en nuestra casa, y se va.

*Escritor