La noche del domingo, Mariano Rajoy se debió fumar un puro de los que hacen época. Sentado en su sofá debió ver con la misma parsimonia la derrota del Real Madrid y la de su partido, el PP. Su connatural mesura le debió impedir soltar un carcajada de las buenas y posiblemente se limitó a esa media sonrisa que tanto comentaron sus detractores. Rajoy es, en palabras de un veterano fundador del PP, un asesino «homeopático», lógicamente en sentido figurado. Siempre se ha librado de sus adversarios sin operaciones sangrientas, pero muy pocos le han devuelto el golpe, quizás Pedro Sánchez ha sido la única excepción. Pero el domingo se cobró varias piezas de alto valor. La principal, José María Aznar, padre espiritual de Santiago Abascal y de Vox, al que le ha prestado a su principal estratega. La matraca electoral de Abascal, la «derechita cobarde», no deja de ser una versión 3.0 de aquel «maricomplejines» que lanzaron los voceros de Aznar cuando quiso cargarse a Rajoy en el congreso del PP de Valencia. El experimento de escindir a la extrema derecha del PP ha sido un muy mal negocio. Ha obligado a Pablo Casado a virar su discurso, pero en la maniobra casi descarrila. De manera que Rajoy ha visto caer también a su sucesor al frente del partido, discípulo del mismísimo Aznar y verdugo de su legado, que debería ser conservado por Soraya Sáenz de Santamaría. Una noche muy movida en la habitación de los fantasmas de Rajoy.

De lo que nadie se acordó la noche del domingo fue de la trama Gürtel, ese cinturón de la corrupción que ha ido asfixiando al PP hasta dejarlo a los pies de Albert Rivera, que se dispone a ejecutarlo en las próximas elecciones municipales y autonómicas. La derecha vuelve a sus orígenes: Fuerza Nueva y Unión del Centro Democrático, cuyo logo también era verde y naranja. Paradojas de la vida, los quepeor trataron a Rajoy ahora son los que más le añoran. El problema es que normalmente Aznar es mucho peor cuando pierde. Seguro que vuelve a resucitar el 11-M.

*Periodista